Ya era mediodía cuando he dejado la cama. El desayuno ha consistido en un café con leche y unas uvas, las cuales he comido en la terraza, disfrutando del sol. Después me he sentado frente al ordenador. He hecho un poco el tonto en Facebook (Karmelo C. Iribaren lo llama “este tiovivo loco”) y he corregido y enviado el artículo que el próximo martes aparecerá en Última Hora. Durante un instante he dudado si quedarme en casa para seguir con la lectura de Stoner, novela de John Williams que me tiene enganchando, o acercarme hasta el mercado de Santa Catalina a tomarme unas cañas (otra de mis adicciones). La calle me ha podido. Encima de la Vespa he sentido uno de esos instantes de plenitud. Era como si la ciudad, habitualmente muda, me susurrara “todo está bien”. Ya en el mercado he conocido a Andoni Sarriegi, autor de esa pequeña joya literaria titulada Diario de un vago y responsable de Manjaria, suplemento mensual gastronómico de Diario de Mallorca. Dos años y medio atrás hablé de su libro en uno de mis artículos. Le sacudo el polvo y lo traigo aquí. Habrá que convertir en costumbre de sábado estas visitas al mercado.
Un artículo aburrido
Martes, 07 de octubre de 2008
El aburrimiento da genios y psicópatas, al menos es lo que escribo sin saber muy bien adónde quiero llegar. Será que me aburro, aunque una cosa está clara: no soy ni seré ningún genio. Así pues, es posible que sea un psicópata. ¿Y qué clase de psicópata podría ser? Uno muy aburrido, sin duda, alguien cuyo objetivo en la vida es matar de aburrimiento al mayor número posible de personas. Una idea espantosa. Para combatirla o quizá porque así lo creo, me digo que lo verdaderamente aburrido es el mundo de afuera. Pero estoy a salvo, en casa, solo en el centro de mi fiesta particular. Ya sé que en el centro de la fiesta está el vacío y que en el centro del vacío hay otra fiesta. Leí a Juarroz y a Vila-Matas hablando de Juarroz. La lectura es mi fiesta y mi vacío. Entre los libros que abarrotan la sala, escojo Roland Barthes por Roland Barthes, escrito naturalmente por Roland Barthes, un tipo que se aburría mucho. “De niño, me aburría a menudo y mucho”, escribe el francés. Y continúa: “Es un aburrimiento aterrorizado que llega al desasosiego: así es el que siento en los coloquios, las conferencias, las veladas en el extranjero, las diversiones en grupo: en todas partes donde el aburrimiento es visible. ¿Será el aburrimiento mi histeria?”. Ya sea porque empiezo a aburrirme o a ponerme histérico, devuelvo el libro a su sitio. Necesito algo más ligero, más de viernes por la noche sin plan. Estoy vago, por eso es lógico que opte por Diario de un vago, de Andoni Sarriegi. Su sentido del humor y lucidez llenan el centro de mi fiesta vacía. Vuelvo a sonreír cuando leo: “Lo peor que puede pasarme a estas alturas de la vida: no encontrar el sacacorchos”. Me entra pánico y voy corriendo a la cocina. El sacacorchos está en su sitio y decido celebrarlo abriendo una botella. Con un vaso en la mano, continúo leyendo. “La soledad sólo sirve para crear”, asegura el mallorquín. Y para brindar por el aburrimiento desde el centro vacío de una fiesta en la que soy el único invitado, añado a la vez que me acabo la copa de un sorbo.