martes, 22 de marzo de 2011

Escupitajos y poemas


Era el último día de rodaje. Pensaba no acudir, pero finalmente cambié de opinión. Tenía que verla. Concluida la filmación, salió a los jardines del hotel y caminó hasta el embarcadero. Una vez allí, se descalzó e introdujo los pies en el agua. La tarde declinaba majestuosa. En la pequeña cala, protegida de los curiosos por los pinos, descansaban panza arriba dos llaüts. Me acerqué con andar parsimonioso. Antes de quitarme los zapatos y sentarme junto a ella, me fijé en la curva encantadora que su cuello dibujaba. “¿Todo bien?”, pregunté. “Es preciosa esta bahía. ¿No te lo parece?”. Sonreí. Asentí con la cabeza. En cambio, dije: “ me pareces preciosa”. No hubo sonrisa ni comentario. Besé su hombro desnudo. Resultaba imposible calcular a cuántos kilómetros se encontraba de mí. No volvimos a hablar hasta que el sol se hubo puesto. “Empieza a hacer frío”, dijo. “Deberíamos volver”. Aquella frase me enloqueció. Ni siquiera me giré para ver cómo se alejaba. De vuelta a casa, solo, me senté frente al ordenador y escribí lo que quería ser un conjuro, una distracción, un escupitajo. “Hay canciones y mujeres que te hipnotizan, que te agarran de la mano y las pelotas para llevarte a su terreno y entonces estás perdido, ciego y perdido y con ganas de estirar el momento hasta que nada quede en pie, hasta que todo parezca un chiste o una despedida lacrimógena. Tal vez las dos cosas. Bienvenido a la enfermedad. El infierno baila en tu mente con movimientos lentos y está hecho de susurros y frases ambiguas, de cigarros extra largos y finos y vasos siempre a medias. Entonces sólo puedes escribir desvaríos como éste”. Cuando irrumpió el amanecer, yo ya era un poema de Karmelo C. Iribarren.

ULTIMA HORA, 22/03/11