Cuando una persona no para de repetir lo especial que es, lo buena gente que se considera, no sé si ponerme a temblar o sentir lástima por ella. Habitualmente, me decanto por lo primero. Ya ven, soy de natural asustadizo, de ahí que tengan tanto valor mis escasos arrebatos. Valor para mí, es decir, valor insignificante, no computable. Algo así como el voto en blanco en España. A estas alturas de mi vida, ya no creo que aprenda a venderme, lo que me hace especialmente inhábil para la política o cualquier clase de liderazgo. ¡Ni yo mismo sigo mis propias consignas! Vivir instalado en la duda queda muy bien en tertulias de bar seudo-filosóficas, pero resulta un auténtico lastre en el día a día. Y la vida está hecha de un día a día ineludible. Habrá quien replique que no es inusual que los líderes políticos desoigan las consignas que ellos mismos lanzan a los suyos, es más, que raras veces tienen unas consignas claras más allá del ya clásico “al enemigo, ni agua”. En este punto, las últimas tendencias en política y fútbol se dan la mano. ¿Últimas tendencias? ¿Acaso antes era diferente? No querría caer en la cansina y casi inevitable (con la edad) añoranza de los tiempos pasados. Siempre pensé que cuando caes en eso ya solo te quedan dos opciones: o el ensimismamiento decadente y nostálgico, o la amargura-cabreo de los tertulianos más chisposos de la tele, es decir, o la inexistencia o la pestilencia. Será la edad, o que el mundo está lleno de gente que se siente muy buena y muy especial y que además no tiene ningún reparo en proclamarlo a los cuatro vientos, pero lo cierto es que se me hace inevitable pensar que en los últimos tiempos hemos ido a peor.
ULTIMA HORA, 24/05/11