La única democracia que merece el apelativo de real es la que supone la participación directa de los ciudadanos en la vida política. ¿Cuántas veces habré leído esta afirmación o alguna semejante durante los últimos meses? No las suficientes, dirán algunos, y seguramente no les faltará razón. Después de escuchar una frase como la que da inicio al artículo, uno tiende a mover la cabeza afirmativamente, mostrándose de acuerdo. Nos parece de una justicia y de una sensatez innegables, algo con lo que ninguna persona juiciosa podría estar en desacuerdo. ¿Acaso no es del todo necesario profundizar en el sistema democrático? Pero al llegar a casa, después de un día lidiando con parte de la ciudadanía, a uno le surgen las primeras dudas. En tu mente se van reproduciendo todas las reuniones de vecinos a las que has tenido que acudir, tan democráticas como salvajes. Y la cosa no acaba allí. La vulgarización de los concursos (Eurovisión, por ejemplo) en los que se ha incrementado la participación ciudadana, la mercantilización de las noticias por parte de los diferentes medios de comunicación, atendiendo a la cantidad de comentarios o visitas que generan, lo que pasa en los estadios de fútbol o cualquier recinto donde la gente se reúne y expresa libremente su opinión, por no hablar de lo que uno llega a oír en las barras de los bares… Entonces decides parar. Te das miedo. Tú no eres así, un reaccionario o un cínico cualquiera. Resulta demasiado fácil. Está claro: ha llegado el momento de servirse una copa.
ULTIMA HORA, 02/08/11