sábado, 13 de agosto de 2011

Dos sonetos. Odio los sonetos

A veces me da por viajar en la máquina del tiempo. En realidad, odio los sonetos. Bueno, tal vez haya exagerado. Hay sonetos de Borges o Baudelaire que todavía releo. Alguno de Lope, como aquel de Violante, o aquel otro de Quevedo, el del polvo, ya me entiendes. Eran otros tiempos. Hay que ser indulgente y estar muy aburrido para. Ya no tiene sentido perpetrar sonetos. Tal vez por ello, porque la tarde de ayer fue una tarde sin sentido, me dio por escribir uno (el 19 de agosto participo en una cata de vinos con lectura poética y piano incluidos, de ahí el tema) y, ya de paso, recuperar para este blog aquel otro escrito tantas vidas atrás. Disculpen la ceniza. En nada estoy de vuelta. Creo.



TODOS CELEBRAN

Todos celebran, tú con todos. Bebes
del vino generoso y de esta tarde
que madura despacio y es alarde
de voluptuosidad y gracia. Debes

admitir que la vida es un regalo
sin firma ni tarjeta, una vendimia 
en que cada segundo es esa alquimia
que hace posibles uva, amor, el halo

misterioso que envuelve a los amantes
mientras catan sus cuerpos, la manzana
que siempre pide a gritos ser mordida.

Mujer, abre tu boca: son diamantes
que no has de digerir hasta mañana
con algo de Alka-Seltzer tras mi huida.



A MENUDO EL ADIÓS

Escapé del rompiente en que las olas
estrellan tu conciencia y sus mensajes,
ese blues demencial que no controlas,
esa ranchera adicta a los ultrajes

de todos los excesos del ayer.
Del amor que se olvida en el camino
aprendí la sonrisa del vouayer
y a brindar, en la noche, con el vino,

junto a borrachos diestros en andanzas
en la barra de un bar de carreteras
cortadas por impago y desmemoria.

No te creas la luz de las mudanzas,
las promesas de El día que me quieras.
A menudo el adiós sabe a victoria.



Es que anoche los vi en directo…