martes, 27 de septiembre de 2011

Discurso del amante


Se trata de un artículo escrito y publicado en febrero del año 2008. Recurro a mi diario para saber cómo andaban las cosas por entonces. El viernes 8 de aquel mes anoté lo siguiente:

«Ayer me llamó A. Hacía tiempo que no sabía de ella. Cuatro años atrás, tuvimos una historia que no llegó a nada. Una o dos cenas, conversaciones de tanteo, algún que otro beso. Nada más. Trabaja como profesora de español en Cambridge. Quería información sobre prácticas en el banco para los alumnos del centro en que trabaja. Al final, la conversación derivó a lo personal. Me preguntó por F. Yo le pregunté por su vida en Inglaterra. En menos de un minuto supe que estaba sin novio, que paseaba mucho (o sea, que se sentía sola) y que podía ir a verla cuando quisiera. Algo en mi interior se retorció de placer sólo de imaginar el viaje, las escenas de cama en una habitación extranjera, toda esa parafernalia mentirosa del desarraigo y la distancia. Recordé aquel viaje a Salzburgo para ver a S. Un terrible fracaso del que conservo alguna foto entrañable con nieve y sonrisas. Me aferré al recuerdo de unos años que en realidad no fueron para tanto y que además están muertos… La enfermedad es persistente. Svevo habla de ello con gran precisión e inteligencia. Durante un tiempo se salvó aferrándose a la salud de su mujer. Ya se sabe, la poesía nace de la mirada enferma del hombre».


Todo lo que pueda inventar o tergiversar para volver a tenerte en mi cama está justificado de antemano. Es el juego de siempre, vulgar, intercambiable, poca cosa. Una historia reversible, atávica, abocada al fracaso, nuestro destino predilecto. Es posible que este intento de regreso insincero esté motivado por la falta de frío o lluvia la noche de nuestra despedida. Sin final previamente visualizado en pantalla de cine, no hay borrón y cuenta nueva. Ya lo sabes: somos lo que las películas han hecho de nosotros. Tendrías que ver el look “poeta maldito” que arrastro estos días. Podría escribirte un poema en alejandrinos con tal de volver a adorar al dios blanco que fue tu culo (y que espero lo siga siendo). A ti, que jamás pasaste del Neruda de los veinte poemas o de Aute, te puedo impresionar, o tal vez sea tarde. Quizá conozcas los motivos de este depredador cansado, mis fuegos de artificio. Evidentemente, no ando a la caza de tu satisfacción, ni siquiera de la mía. Lo bueno o dulce apenas nos roza, deberías saberlo. Quiero dejarte, como un Zorro con otro tipo de antifaz y menos dosis de altruismo, una marca indeleble. Para colmar tus pesadillas o, por lo menos, hacer de tus discursos sobre el amor y el deseo algo menos previsible. Lo agradecerán futuros auditorios. A falta de un abuelo llamado Barron Hilton, ésta será tu gran herencia, la que no valorarás. Los mitómanos egocéntricos hinchamos el pasado peligrosamente, deformándolo más de lo aconsejable. Anécdotas vulgares alcanzan el dudoso privilegio de ser consideradas hitos de nuestra biografía. Por eso mi deseo tiene el contorno de tus piernas desnudas. Quiero volver a mentirte, quiero sentirme de nuevo capaz de creerme mis propias mentiras. Y cuando nos despidamos para siempre una vez más, elijamos un día de frío y lluvia. Para así dinamitar un posible regreso.

 «Tendrías que ver el look “poeta maldito” 
que arrastro estos días»