martes, 4 de octubre de 2011

Vida de monje


Paseo por las calles de Palma. Cerca de la Plaça Espanya, me encuentro con un ex compañero de la universidad. Estrechamos nuestras manos, nos interrogamos sin interés sobre nuestras respectivas vidas. Cuando la conversación empieza a declinar, me pregunta si estoy casado. “Por no tener, no tengo ni novia”, le explico. Mi ex compañero sonríe y me guiña un ojo. “Sigues picoteando, ¿eh?”. Como no quiero abrumarle con los detalles de mi vida monacal, asiento y le devuelvo la sonrisa. Nos despedimos. Paso frente al cine Augusta. Me fijo en los horarios de las películas. Está a punto de empezar El árbol de la vida. No me lo pienso y compro una entrada. Dos horas y media después, estoy en la calle. Como un campeón, he aguantado de principio a fin. Reflexiono sobre la peli, tan vapuleada. Es cierto que le sobran bastantes minutos y que Malik abusa de determinados recursos. También es cierto que la escena final en la playa, ideal para un anuncio de colonia o telefonía móvil, emociona lo mismo que un partido de la liga chipriota… Empiezo a aburrirme. Para desquitarme, decido comprar El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq. Ya en la segunda página, el francés consigue hacerme sonreír con la diatriba que Jed Martin, protagonista de la novela, le dedica a los tenidos por grandes fotógrafos y sus ridículas pretensiones de revelar “la verdad de sus modelos”, incapaces de revelar nada que no sea su propia incapacidad, “igual de creativos que un fotomatón”. Ya en casa, me dedico a mis oraciones nocturnas.

ULTIMA HORA, 04/10/11