Empezamos el día con la lectura de un periódico de tirada nacional. En su portada nos encontramos con una imagen de la duquesa de Alba subiéndose la falda mientras baila al compás de las palmas de su recién estrenado marido, Alfonso Díez. Las baldosas verdiblancas de suelo y paredes, la silla dorada con tapizado rosa, un tipo con guitarra y boca abierta, el cura todavía ataviado con la casulla (hemos tenido que buscar el nombre específico de esta prenda en la página http://www.jesustellamahoy.es.tl/)... La estampa, en general, propone la existencia de un mundo que pensábamos extinguido, sólo existente en algún sketch humorístico del siglo pasado. El chiste resulta fácil, tentador. Contenemos las ganas y nos adentramos en la noticia. En el interior del periódico de tirada nacional, en la sección denominada Cultura (no es broma), la duquesa aparece de cuerpo entero, brazos alzados (suponemos que baila) y descalza. Sin duda, lo que más llama la atención son las tiritas que luce en los dedos de sus pies. Inmediatamente imaginamos escenas íntimas, bastante sórdidas, protagonizadas por los recién casados. Nos mordemos los labios y la imaginación. Lo que imaginamos nos retrata. Aceptamos la autopuñalada y reflexionamos sobre el tema un minuto. Del rechazo y la chanza iniciales, pasamos a la indulgencia, incluso a la alegría de baja intensidad, como cuando leemos que ha nacido un nuevo ejemplar de una especie en vías de extinción. La comparación no es del todo gratuita. En realidad, somos seres moderadamente sensibles.
ULTIMA HORA, 11/10/11