martes, 20 de septiembre de 2011

El Sur

  
|||Este artículo ya tiene cuatro años. Fue el cuarto que me publicaron. Corría el mes de agosto del año 2007. Lo recuerdo como un mes repleto de malentendidos. El 21 de agosto anoté en mi diario: «El sonido de la lluvia puede emocionarme más que el mejor de los poemas. Este pensamiento me produce desazón. También, de algún modo, me libera». Recuerdo el contexto, aquel amanecer extraño y lluvioso en una cama que no era la mía. Comprobar que las cosas siguen más o menos igual de desordenadas me produce sentimientos encontrados. Dejo la introducción. Hoy no estoy para introducciones. Que alguien me lleve al Sur…|||


Tengo una amiga, bueno, no es exactamente una amiga, ya saben. Mejor no entrar en detalles, al menos aquí. El caso es que esta amiga que no es exactamente una amiga me ha enviado un sms, con la de tiempo que hacía que no sabía de ella. Me dice que se encuentra en La Graciosa haciendo las dos únicas cosas medianamente dignas que se pueden hacer en esta isla al norte de Lanzarote, a saber: fumar porros y coger lapas. El mito del Sur. Algo escribí sobre el tema. Era joven, mucho más joven, tendrán que perdonarme. Nunca supe escapar de los lugares comunes. Al fin y al cabo, soy un tipo bastante común. Pero habla del Sur, así, con mayúscula inicial, es decir, hablaba de la Huida, de su mitología cansina y sin embargo atrayente. Tantas veces fantaseé con ella. Incluso llegué a planearlo muy seriamente. Escapar hacia el Sur, no necesariamente uno de los puntos cardinales. El Sur puede ser Reykiavik, por poner un ejemplo que me es muy querido. Un lugar donde soñarse otro, del que no querer regresar. De hecho, mi falsa amiga asegura que no quiere volver. Cuántos recuerdos. Sin embargo, la huida al Sur nunca es real si necesita ser contada. Entonces deviene excusa, pretexto, disfraz, lo que quieran. Para escribir un libro. Para aparentar lo que no se es, lo que a uno le gustaría ser, etc. El silencio es el más radical de los actos. Ni libros repetidos ni mensajes disimuladamente desesperados. Para qué. Con todo, siempre me llevé bien con esta recién estrenada sureña. Supongo que se debe a que no compartimos más de dos o tres semanas de amistad. Ya saben. Cosas de la vida. Además, yo también estuve en La Graciosa. Es para perder la cabeza, sobre todo si no fumas porros y el hecho de coger lapas te deja indiferente. Ahora que lo pienso: quizá podría contactar con alguno de los cabildos para que promocionaran mi libro. Hoy en día a cualquier cosa se le llama promoción. Aquí lo sabemos de sobra. Tengo contactos en las Islas Canarias, pero no creo que me sirvan de mucho: amigas y huidas que no lo son exactamente. En los tiempos que corren, nada es lo que parece. Mercadotecnia y humo, poco más.

ULTIMA HORA, 31/08/07