Releo lo que hace unos momentos escribí en mi cuaderno: “Puesto que los temas son los de siempre, ese puñado de cosas sobre las que escribimos una y otra vez, se me hace incontestable que el único problema literario relevante es el de la forma. Otra vez la superficie, lo exterior, resulta un asunto más trascendente que lo interior, que lo que se halla detrás”. Estas palabras, ahora, me parecen de una obviedad palmaria. Me pregunto, mientras sorbo mi segundo café de la mañana, por la procedencia de esta reflexión. Se me ocurre que tal vez tenga que ver con la lectura de La zona, de Serguéi Dovlátov. El ruso, que entre otras cosas hizo de guardia de seguridad en los campos de Stalin, abominaba de cualquier posición moral categórica. Según Dovtálov, la misma gente puede mostrar una capacidad igual para la virtud que para la vileza. Así, en este sentido, todos somos similares, siendo las circunstancias el factor diferenciador fundamental, es decir, lo exterior. ¿Tiene esto algún sentido? Pago mis consumiciones y salgo del bar. Al llegar a casa, me entretengo releyendo algunos pasajes subrayados. Hay uno que me conmueve especialmente. “Odio mi disponibilidad a afligirme por pequeñeces. Desfallezco de miedo ante la vida. Y, sin embargo, esto es lo único que me da esperanza. Lo único por lo cual debo agradecer al destino. Porque el resultado de todo es literatura”. Dovtálov halló su refugio en la literatura, también en el alcohol. Dicen que murió por carecer de seguro médico. Lo hizo en el interior de una ambulancia. Tenía 48 años.
ULTIMA HORA, 22/11/11