Escribo desde la cama de la habitación 229 de la Clínica Rotger. Sirva esta frase inicial para situarnos y de excusa por si esto que empiezo no queda bien (escribir con una vía en el brazo izquierdo y en compañía de tus padres, que no entienden que incluso para escribir las tonterías que suelo escribir preciso de un poco de silencio, es un asunto casi heroico). Eso sí, nadie podrá poner en duda mi profesionalidad como escritor. En estos tiempos, uno debe venderse constantemente, además de exagerar las cosas, sin miedo a caer en el ridículo (hoy todo el mundo cae en el ridículo con una alegría y facilidad pasmosas), por lo que pueda ser. En breve, tendré que entrar en el quirófano. Después de esta introducción te preguntarás qué me ha traído hasta aquí. No hay otra respuesta que mi poca cabeza. Ya no tengo edad de creer en fatalidades. Además, como suele decirse, no hay mal que por bien no venga. En fin. La cuestión es que me hallaba en pleno proceso involutivo, era como volver a tener veinte años: apuraba las noches sin sentido alguno, escuchaba de nuevo a grupos como Nirvana, tenía previsto participar en un concierto-recital en Madrid junto a mi amigo Paco Cifuentes. Todo esto, sin duda (y alguna cosa más que me callo), hizo que me sintiera inmune a mi ya legendaria mala pata (y nunca mejor dicho) en los terrenos de juego. Pero volvió a ocurrir. Ahora me hallo postrado con el tendón de Aquiles derecho roto. Tendrán que suturarlo. Tenía tantas cosas pendientes de suturar en mi vida, pero no contaba con que el tendón de Aquiles (al menos el nombre es elegante) fuera una de ellas. Lo gracioso (es un decir) es que el jueves, antes de salir de casa, se me ocurrió escribir en mi muro de Facebook: “Me voy a jugar a futbito, espero no romperme nada”. Dicho y hecho.