sábado, 24 de diciembre de 2011

Diario de un hombre cojo [13]

sábado, 24 de diciembre de 2011

Ya en la cama, antes de que el sueño lo venza por completo, Alberto Sancevá recuerda una charla de hace ya algunos meses con Jaime Castell. Su amigo, borracho y, por lo tanto, intrépido (igual que hace unos minutos, en el Txacoli), le reprochaba su amor por las citas, que saturara sus escritos con los nombres de escritores y novelas que había leído, incluso con los nombre de escritores y novelas que ni siquiera había leído. ¡Dios bendiga a Internet y a su Hijo la Wikipedia! Es demasiado fácil, lo acusaba, es de una vaciedad espantosa, es disimular de la peor manera la ausencia de discurso propio. Lo curioso, decía Jaime Castell, y aquí era conveniente poner en tela de juicio su sinceridad pues, pese a la borrachera, no podía habérsele olvidado que eran amigos, que la borrachera acabaría por pasar, lo curioso, decía, es que tú sí tienes algo que decir, pensamiento propio, madera. Alberto Sancevá lo miraba y sonreía. Casi sentía placer al recibir los latigazos dialécticos de su amigo… La amistad entre Sancevá y Jaime Castell, he aquí un punto interesante. A la estima sincera que sienten el uno por el otro hay que añadirle la rivalidad propia de los que se dedican a la misma tarea con apasionamiento. ¿Todavía hoy? Durante mucho tiempo, tanto uno como otro escribían pensando en la opinión de su amigo. Imaginaban comentarios, trataban de ponerse en la piel del otro para así sortear futuros reproches. Esto fue durante los primeros años de universidad. ¿Queda algo de todo aquello? Tal vez una costumbre, tal vez sus disputas no sean más que gimnasia mental, la manera que tienen de demostrarse respeto y cariño. El caso es que, poco a poco, sus gustos literarios se fueron distanciando, si bien quedaron en pie algunos autores sobre los que coincidían plenamente. Los Autores Intocables, así los llamaban. Sus nombres, aquí, carecen de importancia. No eran imbéciles, al menos no del todo: podían reírse de sí mismos, de sus disputas literarias, incluso de su rivalidad, viva o muerta a fecha de hoy. No, no quiero seguir por aquí. Debo añadir algo sobre Jaime Castell, algo que explique su actitud… Entre los 25 y los 30 años publicó un par de libro de poemas. El primero fue la respuesta a su estancia en Fuerteventura, a la extraña historia que compartió con Laura. El segundo rendía cuentas de su autoexilio mexicano. Después regresó a Mallorca. Reanudó su amistad con Alberto Sancevá. Ya no eran aquellos dos universitarios, pero la confianza no había muerto. Desde entonces se ven con regularidad. Jaime Castell no ha vuelto a escribir poesía, al menos es lo que dice. Su último libro publicado es aquel que hablaba de su estancia en tierras mexicanas. ¿Cómo definir literariamente a Jaime Castell? Alberto Sancevá (puedo verlo sonreír con malicia) diría que su amigo adolece de querencia por la espiritualidad, es decir, por el romanticismo, es decir, por la exaltación. Odia el costumbrismo o cualquier cosa que se le parezca. Además, considera que hay palabras (moco, Big Mac, spam, diarrea…) indignas de la poesía. En fin,  estas son las cosas que piensa Alberto Sancevá mientras va cayendo en el pozo del sueño. Hay un placer anestesiado, como si el cuerpo y la mente anhelaran la inconsciencia de un modo perezoso. Lo último que ve antes de dormirse son los ojos del caballo herido, tirado en la calle Manacor.