sábado, 10 de diciembre de 2011
Estamos de enhorabuena. Hoy es uno de los días más igualitarios del año, al menos en España. Hoy se enfrentan Real Madrid y F. C. Barcelona. Hoy todos los varones de este país y buena parte de sus mujeres se igualan a la baja, se vuelven igual de gilipollas. Este prodigio lo consigue un partido de fútbol. ¿No es maravilloso?
Si no me creen, dedíquense a analizar, con espíritu cientificista, los comentarios que, antes y después, genera este partido.
Ya sé, habrá quien, irritado, piense que me creo superior, que escribo desde una especie de púlpito moral, desde una pretendida superioridad intelectual, pero errará en su apreciación. Soy un ferviente defensor del igualitarismo; me vuelvo tan gilipollas como el mayor de los gilipollas. Procedo a demostrarlo.
Me encanta extraer reflexiones “filosóficas” (con perdón) de estos encuentros entre el Barcelona y el Madrid. Una de las cosas que más llama mi atención es que este Barcelona, que tiene sus cimientos en la colectividad, en el sistema, estando el grupo por encima del individuo, ha obtenido sus grandes éxitos gracias a la figura de un jugador como Lionel Messi (el mejor del mundo para los que entienden de esto). En cambio, el Madrid de la “pegada”, de las individualidades, de las estrellas mediáticas, está en su mejor momento desde que lo entrena Mourinho gracias a que ya empieza a jugar como un equipo. Ahora vendría que ni pintado mencionar a Aristóteles, pero no quiero perder a los pocos amigos que aún conservo.
Releo los párrafos anteriores. ¿Soy yo? Sólo en parte. Noto el influjo de Fiódor M. Dostoievski y Thomas Bernhard. En realidad, no soy tan capullo. ¿Seguro? ¿No es posible que me reprima, que la mayoría de las veces me esfuerce por mostrar mi lado más amable? Es posible, pero ¿quién no se reprime?
No faltará quien diga que, de cada vez, menos personas se reprimen, afeando el mundo con toda su frustración y mala baba. Es posible, pero no pienso abordar el tema. Nada sacaría en claro.
O tal vez sí, tal vez llegaría a la siguiente conclusión: que solo la frustración, la mala baba sacada con elegancia e inteligencia resulta interesante, productiva o, cuando no, divertida. Lo otro es pura mierda, sin más.
Por lo demás, todos nos creemos interesantes, inteligentes y divertidos… En fin.
¿Para esto inicié este diario? Se me pasan por la mente palabras como exhibicionismo, enfermedad, inercia, aburrimiento, pasión o reconocimiento. Un puré intragable. Por fortuna, Dostoievski viene en mi ayuda. Leo en uno de los textos que integran su Diario de un escritor lo siguiente: “Mi situación es bastante imprecisa. Pero hablaré de mí mismo y por puro gusto, bajo la forma de este diario, y después que salga lo que salga”. En el párrafo siguiente, continúa: “¿De qué voy a hablar? Pues de todo lo que se me ocurra, o de lo que me haga pensar. Pero si encuentro un lector o –Dios me libre– un contrincante, ya sé que hay que saber sostener un diálogo y distinguir con quién y cómo se habla. Intentaré aprenderlo, pues entre nosotros, en literatura, esto es lo más difícil”.
(Y pensar que esta mañana me desperté con la firme intención de escribir –para así tratar de analizarlo– sobre los más de cinco meses que llevo sin escribir un solo poema. Puto fútbol.)