miércoles, 14 de diciembre de 2011

Diario de un hombre cojo [6]

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Me he propuesto escribir cada día un mínimo de una hora. Se trata de hacer crecer este diario con todo lo que se me vaya ocurriendo. Me he convencido de que me hará bien, de que, de algún modo, me servirá de algo. Por un lado, se trata de ahondar en mí, de analizar ciertos aspectos de mi vida para así llegar a verbalizar cuál es el auténtico problema. A estas alturas, me he convencido de que tengo un serio problema de carácter. Una vez verbalizado, quiero creer que me será más fácil (menos problemático) hallar una solución. Basta con ceder algo, con dejarle un mínimo espacio a la ingenuidad. No será la primera vez. De todos modos, no puedo dejar de pensar que me estoy autoengañando. Es como si buscara una excusa para llenar páginas y páginas de este documento Word con reflexiones y anécdotas autoreferenciales. ¿A cuento de qué hablar tanto de mí? Por otro lado, se trata de construir un diario de lecturas, un diario no muy riguroso, para nada ensayístico, algo así como un recuento con notas a pie de página. Intuyo que también me hará bien.
               Antes de iniciar la reseña (no más de cinco frases) sobre Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, quiero reflexionar o simplemente traer aquí cuatro comentarios que cuatro personas diferentes dejaron en mi blog con motivo de la última entrada (la correspondiente a ayer, martes). Céfiro dice que el título de este diario podría ser Cosas que pensé mientras estuve cojo. La verdad es que me gusta más que el burdo Diario de un hombre cojo, título que empleo en el blog cada vez que publico una entrada perteneciente a este diario. A estas alturas (llevo ya cinco entradas) no voy a cambiar el título en el blog, pero si algún día esto que ahora escribo acaba en papel (cosa bastante improbable), el título propuesto por Céfiro será el que vaya en portada. Aprovecho este momento para agradecer a Céfiro su aportación.
               Por su parte, Malone asegura que mi tercera novela está en este diario. En realidad, se trataría de mi cuarta novela, pero esto Malone no tiene por qué saberlo. Me parece una idea interesante. Escribir este diario como si en realidad se tratara de una novela. En tal caso, debería haber dos planos: el no ficcional, aquel en el que ahondo en mí y en las lecturas que estos días acometo; y el plano ficcional, al estilo Beckett en Malone muere, ir creando una historia inventada dejando bien a las claras que se trata de una historia inventada, hacerla crecer, dotar al personaje ficticio de atributos creíbles, de experiencias propias al margen de las mías, etc. Que el Malone comentarista me haya remitido al Malone muere de Samuel Beckett no deja de tener su gracia.
               Para finalizar, tanto M como NC (cito sus iniciales para no transcribir sus nombres, por si esto pudiera molestarles) hablan de la valentía que supone desnudarse de esta manera, en público. Concretamente, NC afirma: «Qué manera más sincera de sacar tus pensamientos de la cabeza y exponerlos al mundo sin miedo ni vergüenza a “desnudarte”». Tal afirmación me hace pensar. ¿Soy completamente sincero? ¿Se puede ser completamente sincero sabiendo de antemano que lo que escribes va a ser leído tanto por desconocidos como por conocidos, personas que de algún modo pueden verse “salpicadas” por tus palabras? ¿Resta el exhibicionismo autenticidad a la sinceridad? ¿Y a la supuesta valentía? Y el hecho de estar construyendo algo que de algún modo pretende tener valor literario, ¿no está reñido, de manera sutil, con la sinceridad que se le atribuyen a mis palabras? En caso de conflicto, ¿qué prevalecería, el aspecto estético, es decir, literario, o el aspecto testimonial, es decir, sincero?
               Sigo sin escribir sobre estos más de cinco meses que llevo sin perpetrar un solo poema. Ni siquiera lo he intentado. Un día de estos, me digo.

(19:01)
Acabo de finalizar Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de David Foster Wallace. Se trata, según la contra, de “una postal gigante basada en su experiencia en un crucero de lujo por el Caribe”. Me he divertido leyéndolo, pero no puedo dejar de pensar que este trabajo periodístico debió resultar más punzante en 1995, año en que fue escrito. A estas alturas, reírse de la actitud bovina de los turistas de los cruceros de lujo, en general, de los turistas del llamado primer mundo, empieza a estar pasado de moda. Ya sabemos que resultamos patéticos. Ahora, más bien, tendríamos que reírnos de aquellos que, por colgarse una mochila exageradamente cargada a la espalda y decidir que prefieren dormir en una habitación sin aire acondicionado, cuando la temperatura tanto en el interior como en el exterior del cuchitril más o menos inmundo al que la guía Lonely Planet les ha llevado supera los 35ºC, se piensan superiores a ti, más auténticos, incluso mejores personas. En fin. Lo que más me ha gustado de este libro es la manera genial en que David Foster Wallace combina el detalle preciso, la reflexión incisiva y el humor más cáustico.
               Al final fueron más de cinco frases.