martes, 24 de enero de 2012

Cara dura


Hace un momento terminé de leer (en realidad releer, puesto que ya la leí hace años) El hombre delgado, de Dashiell Hammett. Es curioso: hay novelas que me entretienen muchísimo, que me agarran del cuello y, sin embargo, no me inspiran, quiero decir que, una vez finalizada su lectura, no salgo corriendo al ordenador para sentarme a escribir como un poseso; en cambio, hay novelas que no me enganchan hasta ese punto de no poder soltarlas, que incluso, en ciertos pasajes, pueden llegar a aburrirme y, sin embargo, es cerrarlas y empezar a escribir, aunque sea mentalmente. El hombre delgado es ejemplo de las primeras; Zama, de Antonio di Benedetto, podría ser ejemplo de las segundas. ¿Será un modo de justificar la poca gracia que intuyo va a tener este artículo? Por otro lado, ¿para qué escribir? Al final, lo mires como lo mires, escribes porque necesitas hacerlo, pero sucede en ocasiones que esa necesidad de escribir no viene acompañada de algo que contar. Es entonces cuando te enfrentas a tu mayor reto como escritor: no contar nada y que este no contar nada resulte interesante. Hace falta ser muy bueno y tener bastante cara dura. De todos modos, al final, quieras o no, siempre acabas contando algo, como, por ejemplo, que saliste a pasear y que viste a un anciano sentado en un banco, solo, con la mirada fija en un Ficus más bien triste. Ya tienes la anécdota. Ahora trata de hacer algo bueno con ella. Si tienes talento lo conseguirás. Respecto al talento, recuerda que lo realmente importante jamás puede ser enseñado.

ULTIMAHORA, 24/01/2012