martes, 10 de enero de 2012

Diario de un hombre cojo [22]

martes, 10 de enero de 2012

Estoy de bajón. No me apetece escribir, pero me fuerzo a ello. He pasado muy mala noche a causa de mis pies: los tenía helados. Normalmente, suelo tenerlos fríos, pero lo de esta noche no ha sido ni medio normal. El helor me llegaba hasta las rodillas y no había manera de que remitiera. Era tan intenso que incluso me producía dolor físico. Ya eran las tres de la madrugada cuando han empezado a adquirir una temperatura medianamente humana. Pero no, este bajón no tiene nada que ver con la temperatura de mis pies durante la noche. El causante, cómo no, es la literatura.
                Ayer recibí los ejemplares que me corresponden como autor de la novela Los artistas. El libro ha quedado precioso. La fotografía que Miguel Ángel Abraham hizo para la portada es estupenda. Posee fuerza y elegancia a partes iguales. Fue un auténtico subidón poder ver y tocar esos libros. Me sentía como un niño en la mañana de Reyes. Cómo no, lo anuncié en Facebook y fueron bastantes los que me felicitaron o le dieron al botón de “Me gusta”. Todo era perfecto hasta que me encerré en mi habitación para volver a leerla. Quizá esto motivó que se me congelaran los pies. Debería estar acostumbrado. Ya me pasó lo mismo tras la lectura, una vez publicada, de La historia que no pude o no supe escribir. Siento horror, un disgusto enorme. No me gusto. Querría hacerme con todos los ejemplares publicados y quemarlos. Que no quedara rastro. Curiosamente, esto nunca me ha pasado (al menos, no de un modo tan intenso) con la poesía. (Tema a analizar). Sé que con el transcurrir del tiempo me vuelvo indulgente. Por otro lado, me consta que hubo personas, entre ellas mi editor, a las que mi primera novela gustó bastante. Me digo que no debería ser tan duro conmigo. Mejor dejo el tema. Se supone (permitidme el chiste) que estoy o debería estar en fase de promoción. Dónde se ha visto que un autor diga de su propia obra que no vale la pena. Volveré al libro unos días más tarde, cuando esté más tranquilo. Seguro que veo las cosas de forma diferente. Será entonces cuando hable de él.
               No obstante, añadiré que esta novela, como le expliqué a Julia anoche por mail, es una especie de ejercicio de estilo donde lo principal es la cadencia enfermiza de las frases. Abuso, ciertamente, de los adjetivos. Caigo en un barroquismo que entiendo que pueda molestar. Pero se trata de algo hecho adrede. Si bien ahora no la escribiría del mismo modo, debo decir que hay pasajes de la novela que me siguen gustando (como el que publiqué en el blog el sábado 3 de diciembre de 2011, así como algunos otros que no desvelo aquí).
               Para finalizar, diré que esta novela forma parte de una trilogía. Esta trilogía (soy poco original, lo sé) se asienta sobre, como diría Kundera, la continuidad del mismo tema. Este tema no es otro que el de la Huida. En La historia que no pude o no supe escribir, me centro en lo que sucede tras esa huida, es decir, en la búsqueda que acontece después de que el protagonista rompa o crea romper con sus asfixiantes circunstancias. En Los artistas (que terminé de escribir en junio de 2008), trato de explicar los motivos (oscuros) que llevan al protagonista a desear la huida. Aquí me centro en las semanas previas a esa huida liberadora y, cómo no, engañosa. En Piscinas iluminadas, todavía no publicada, la huida física ya no es posible, por lo que el protagonista se ve forzado a la huida mental, es decir, a través de  la imaginación, algo mucho más peligroso, sobre todo en una mente enferma como la suya.
               Una vez dicho esto, resulta fácil llegar a la siguiente conclusión: la literatura es mi vía de escape, el viaje que emprenden todos mis protagonistas, lo que preciso para no desmoronarme. 
               Por lo demás, he decidido abandonar por un tiempo La novela luminosa. La paranoia empezaba a ser excesiva. Por recomendación de Julia, he iniciado la lectura de Cambiar de idea, de Zadie Smith. De momento he leído los dos primeros ensayos. La inglesa expresa con claridad, en una prosa muy bien escrita, todas sus ideas, cosa que se agradece. Zadie Smith es un ser equilibrado, razonable, con el que es difícil estar en desacuerdo. Cierto que sólo he leído los dos primeros ensayos ocasionales (así los llama ella) y que, además, estos dos primeros ensayos versan sobre autores  (Zora Neale Hurston y E.M. Foster) de los que no he leído absolutamente nada. Veremos si sigo pensando lo mismo cuando pase a hablar de temas más generales o de algún autor al que sí haya leído.
               Otra vez vuelvo a olvidarme de Sancevá. Seguro que está cabreado. Apuntaba como claro protagonista de este diario y llevo unos días en que no le doy ni bola. Mañana, lo prometo. Tengo la escena que quiero narrar en mente. Transcurre en la piscina comunitaria de mi (su) casa. No, no adelanto nada, por si luego cambio de idea.

(17:51)
Me acabo de dar cuenta de que en el muro de Facebook de Baile del Sol publican cada una de las entradas de este diario (los enlaces al blog, se entiende). Ups. Pienso que es posible que no les haga mucha gracia leer lo que esta mañana escribí sobre Los artistas. Tal vez pueda convencerles de que se trata de una modalidad poco convencional de promoción: hablar mal de uno mismo. Son tantos los que se creen geniales, los que hablan bien de sí mismos, que un poco de autoflagelación puede resultar estimulante. Desde aquí animo a todo el mundo a que compre la novela. Nunca deben hacer caso de lo que un autor opina sobre su propia obra. Como dice Levrero (¡maldición, otra vez!), «es sabido que los autores nunca dicen exactamente la verdad acerca de sus obras, a menudo porque la ignoran». Pues eso.