domingo, 15 de enero de 2012

Diario de un hombre cojo [26]

domingo, 15 de enero de 2012

Ayer me desperté con la firme intención de escribir en este diario, pero no pudo ser. Soy incapaz, ahora, de encontrar una explicación plausible. ¿Qué hice ayer? Veamos. Me levanté tarde, algo así como a las once, aunque antes sucedieron algunas cosas. A eso de las siete y media abrí los ojos. Tenía la vejiga a punto de estallar, la boca pastosa y calor, es decir, estaba de reseca. ¿Es posible? ¿Cuánto bebí el viernes? Si no recuerdo mal, me tomé cuatro cervezas mientras diferentes personas iban desfilando por el escenario del Vamp Café Concert para recitar sus poemas. (Uno de los versos recitado por una poeta catalana cuyo nombre soy incapaz de recordar se me ha clavado en el cerebro y no puedo desprenderme de él. El verso dice así: «Dius que m’estimes i no goses fer-me mare»; en castellano: «Dices que me amas y no osas hacerme madre», aunque me gusta más: «Dices que me quieres y no tienes cojones de hacerme madre». Si este verso acabó incrustado en mi cerebro, no es ni por su originalidad ni por su calidad, sino por algo que está más allá de la literatura y que tiene que ver con mi pasado. Mejor dejo el tema). Luego, durante la cena, bebí una cerveza más. Para matar la noche, Salva y yo nos pasamos por un Lisboa semivacío. Me pedí un JB con Sprite. Fin de la historia. A la una estaba en casa. No sé, me parece una ingesta insuficiente de alcohol para provocar una resaca. ¿Será la falta de costumbre? La cuestión es que me desperté a las siete y media. Me levanté para mear y beber un litro de agua helada. De vuelta a la cama, encendí el ordenador y me puse unos cuantos temas de Lisandro Aristimuño. Al poco estaba medio adormilado. Comencé a soñar. Se trataba de un sueño erótico, tremendamente vívido, un sueño repleto de primeros planos y secreciones. Este sueño, con diferentes variantes, me acompañó hasta que estuve despierto del todo. Una vez desayunado, bajé al paseo que hay frente a la casa de mis padres para caminar un poco. Debo ejercitar el pie. Me detuve en un estanco para comprar la prensa. Curiosamente, me resultó más entretenida la lectura de la sección internacional que la de los diferentes reportajes del suplemento cultural de las páginas centrales. Pasada la una y media, me senté frente al ordenador para escribir mi artículo semanal. No me sentía inspirado, así que tiré de oficio. Después de comer, seguí leyendo a Michel de Montaigne. Luego vino mi hermana, vi un rato la tele (no recuerdo qué) y ya se hizo la hora del partido. La injusta derrota del Mallorca frente al Madrid me deprimió más de lo esperado. No me sentía con fuerzas de encarar el diario, así que acabé el sábado viendo una película americana de abogados. En fin, nada interesante. Un día sin mucha historia. Entonces, ¿por qué tanto detalle?
               Me ahorraré y ahorraré al lector la descripción de este domingo. De todos modos, pese a su apariencia anodina, este fin de semana ha sucedido algo. Todavía no sé muy bien de qué se trata, pero algo ha pasado en mi interior. De momento, no diré nada. Esperaré a que esto que ha despertado en mí se manifieste de un modo más claro. Percibo un cambio, como un principio de radicalidad. Todavía es pronto. Tal vez se deba al tiempo que llevo viviendo en casa de mis padres, tal vez sea cosa de la abstinencia (sexual o poética, no sé) o, por qué no, tal vez este diario esté empezando a hacerme efecto. ¿No lo inicié con fines terapéuticos?
               Las diez y media de la noche. Es hora de terminar. Sólo me falta añadir que en breve dejaré de publicar en el blog las entradas de este diario. Llevaba unos días sopesando la idea. Creo que es lo mejor. Si mañana me acuerdo y me siento con fuerzas, trataré de explicar los motivos.