lunes, 16 de enero de 2012

Diario de un hombre cojo [27]


lunes, 16 de enero de 2012

Ando releyendo El hombre delgado, de Dashiell  Hammett. Fue uno de los libros que me trajo Juan Payeras. En aquel momento, fui incapaz de recordar si lo había leído. Me sonaba que sí, pero no lo tenía claro. Mi memoria siempre ha sido un desastre. Anoche lo empecé. Serían las dos. Fue leer el diálogo inicial entre Nick Charles y Dorothy Wynant y recordar que, efectivamente, ya lo había leído. De todos modos, decidí seguir. La electricidad del relato me atrapó fácilmente. Me encanta la manera en que Hammett escribe sus diálogos. Estaría bien que algo se me pegara.              

(16:19)
En dos horas inicio la rehabilitación. Veinte sesiones, hasta el 13 de febrero. Será entonces cuando ponga fin a este diario. De todos modos, he decidido seguir con el proyecto. Quiero decir: acabado el periodo de rehabilitación, esto es, finiquitado este primer diario, vendrá un segundo diario, algo así como una segunda parte de esta cosa que poco a poco se ha ido convirtiendo en novela. Creo que este proyecto, que día a día voy armando a base de vivencias e imaginaciones, puede dar más de sí, y no estoy pensando exclusivamente en su vertiente literaria. Esto que nació a raíz de la ruptura de mi tendón, de esta obligada estancia en casa de mis padres, ha dado lugar a otra cosa, a algo que excede su intención inicial. Es demasiado importante para mí, al menos es lo que pienso hoy lunes. Estoy poniendo en juego algo más que mi tiempo y mi ocio. De ahí que sea de vital importancia no mentir. Es por esto, también, por lo que voy a dejar de publicar en el blog las diferentes entradas en este diario. Necesito sentirme cien por cien libre. Ahora mismo se trata de algo entre la escritura y yo. Una vez finalizado el proyecto, se podrá vender como novela, esto es, como ficción, y ya no me importará (es más, lo desearé) que la gente ande por aquí curioseando, diciendo la suya sin ningún tipo de restricción. Pero ahora no, ya no. El hecho creador es un hecho dictatorial, jamás democrático. No quiero que mi libertad se vea de ninguna manera restringida, es por ello que debo convertirme en un dictador sin escrúpulos, sordo a cualquier reclamación o sugerencia, por muy justas o bienintencionadas que éstas sean. Es cierto que hasta ahora he escrito con un grado de libertad importante, pero es mejor prevenir. La otra noche se lo explicaba a Salva Ginard con un ejemplo. Le decía: «Imagina que mientras pintas un cuadro tienes a alguien a tu lado diciéndote: pues esta pincelada no me convence, ¿por qué no cambias de color? Como es obvio, tú podrías optar por no hacerle caso, pero de algún modo te verías condicionado por esas palabras. Basta que te digas no quiero que esto me condicione para que ya te esté condicionando». Soy consciente de que, hasta la fecha, no se han producido comentarios de este tipo, pero quién sabe cómo pueden evolucionar las cosas. Además, basta que alguien diga que añora la irrupción de Sancevá, por poner un ejemplo, para ya estar, aunque mínimamente, condicionado. Es mejor prevenir, sin duda. Ahora toca disfrutar y sufrir en soledad de este proceso.
               Respecto a lo ocurrido en mi interior este fin de semana pasado, todavía es pronto para hablar de ello. Dejaré que se asiente, que tome una forma más concisa.
               Ahora ya sólo queda agradecer a los lectores de este diario la constancia y el cariño demostrados. Lo único que temo es que, a partir de ahora, al faltarme “la obligación contraída” con ellos, me vuelva más perezoso.
               Y ahora sí, para despedirme, no, yo no me despido, seguiré con mi cuenta de Facebook y con el blog abierto, o sea, para despedir este diario (quién sabe hasta cuándo) de los lectores que hasta la fecha ha tenido, aporto dos fotografías del pie que motivó estas casi sesenta páginas del documento Word en que se asienta. Las hice esta mañana, recién despertado. Mucho mejor, ¿no?