miércoles, 11 de enero de 2012

Otro fragmento de "Los artistas"

Samantha Roten sigue jugando al juego de la seducción, se aferra a la idea absurda de que hay algo especial en todo esto, ciega a la humillación y al cansancio, al día sin escrúpulos al otro lado de la ventana. Quiere que la desvistas, ofrece su cuello con reiteración, como si fuese realmente apetecible. Quizá lo fue en algún momento de la noche, pero ya no. La palabra pereza vuelve el ambiente irrespirable. Te esfuerzas, finges, te ajustas al papel que te ha tocado, que has mendigado con insistencia etílica. Buscas sus pechos, el cierre del sujetador, sus caderas anchas y torpes. Tropezáis, caéis sobre la cama. Ella fuerza una risa que te entristece. Sus manos buscan pero no encuentran. No hay nada que encontrar. Cierras los ojos y Alicia aparece, inoportuna, en la cubierta de un barco. Todo está perdido y lo sabes. Un último intento ya sin esperanza, una idea rápida y sucia que pasa por tu mente. Agarras la nuca de Samantha y empujas su cabeza hacia abajo. Ella se zafa, te mira desde un desprecio antiguo, como si en realidad no fuerais Samantha Roten y Julio Cantallops. Entonces lo ves claro: sois la representación de siglos de degradación y derrota. Desistes, qué otra cosa puedes hacer, niegas la ignominia, te tumbas a su lado, vacío de todo lo que no sean ganas de desaparecer, de ceder al sueño, de evadirte del mundo, de su aliento viciado. “Puedes quedarte, si quieres”. Ya le has dado la espalda, ya vuelves a contemplar el barco en el que Alicia se aleja. “Necesito dormir”, dice Samantha. “He bebido demasiado”. Sus palabras suenan a justificación innecesaria. Deberías ser tú quien se excusara, al menos eso asegura el guión de los desencuentros sexuales. No contestas. Clavas los ojos en la pared. No quieres volver a ver a Alicia. “Se está vengando por todo lo que le hice”, piensas, “por todo lo que dejé de hacer”. Toneladas de cobardía. Al rato, Samantha Roten empieza a roncar. Te dices que sus ronquidos, que el olor de sus pies, de tu saliva seca en su cuello, justificarían su asesinato. Entretienes el imprevisto insomnio recreando las múltiples maneras que se te ocurren para hacer que se evapore. Pero su presencia es inamoviblemente real, como tus ganas de gritar, de golpearte y golpearla.