martes, 24 de abril de 2012

Ginebra

Nunca es tarde para las confesiones si eres de los que abraza almohadas en los hoteles, de los que cambia de nombre y peinado con cada nuevo insomnio


Desciendes por el tobogán de las canciones salpicadas de ginebra al igual que tu piel aquella tarde. Son las diez de la noche y estoy solo. El minibar sigue intacto (no sé por cuánto tiempo), como los planes que trazamos sobre el tendido eléctrico de la ciudad-cuartel. El escritor que pude haber sido de haberlo enviado todo a la mierda se despide de mí. Varias veces al día. Me regala frases ingeniosas que no logro retener. Supongo que te habrás percatado. Conserva la belleza incómoda y atrayente de los que supieron anticiparse y decirle que no a tanto sueño hecho realidad. Menudo negocio, la realidad. A poco que te despistas, es lo único que tienes. Seguro que allá fuera existe algún lugar en el que llueve sin escrúpulos. Siempre suena una canción en la que llueve. Siempre se esfuman demasiado pronto los que tenían algo que ofrecernos. Algo distinto, ilegal, ya me entiendes. Demasiada noche para tan poca música. Nunca es tarde para las confesiones si eres de los que abraza almohadas en los hoteles, de los que cambia de nombre y peinado con cada nuevo insomnio. A falta de ciudades, benditos sean los insomnios. El viento ya borró mis huellas dactilares, el número que calzo, el color de mis ojos. El hecho de haber nacido en 1973 tal vez explique alguna cosa, aunque lo dudo. Me sé tres o cuatro canciones de memoria y un poema como la autopsia de un ser querido. Por lo demás, hoy estreno calzoncillos de la suerte. Algo tiene que cambiar, puedo olerlo, ¿tú no? Voy llenando las copas mientras llegas.