Ahora resulta tentador pensar que ya sabían cuál iba a ser su repercusión
en el panorama musical de principios de los años noventa del pasado siglo, pero,
como todos los jóvenes, debían tener grandes sueños disparatados. ¿Qué sería de
la juventud sin los grandes sueños disparatados? La juventud es la edad de las
proclamas ingenuas, la mitificación del sexo, los sueños disparatados y la
amistad desgarradora.
El nacimiento, vida y muerte de Los Olvidables se produjo en apenas año
y medio. No tengo cómo confirmarlo (vivíamos en la era pre-internet), pero diría
que su aventura aconteció durante algunos meses de los años 1990 y 1991. Por
entonces, los que llevábamos el pelo largo escuchábamos con devoción el Appetite for Destruction de Guns and Roses,
el Silvertone de The Stone Roses y, algo más tarde, el Smells Like Teen
Spirit de Nirvana. La música de Los Olvidables nada tenía que ver con
ninguna de estas tres propuestas. Pedro, su cantante, jamás alzaba la voz, ni
siquiera fuera del escenario. El guitarrista, cuyo nombre no recuerdo, jamás empleó
la distorsión en su Fender Stratocaster. El resto de integrantes de la banda
(bajista y baterista, también innominados en esta remembranza) se limitaban a
acompañar con discreción a los otros dos. Parecía que su objetivo fuese aburrir
con elegancia al personal. Doy fe de que lo conseguían.
En dos o tres ocasiones visité su local de ensayo. Fue cosa de un amigo
común al que el tiempo también acabó engullendo. Tengo la sensación de estar recordando
un sueño, pero yo estuve allí, casi podría jurarlo. Recuerdo el descampado
donde estacionamos el coche, las paredes de cemento repletas de graffitis, las
melodías (más bien gritos o golpes) en sordina procedentes del resto de locales
de ensayo. Pero lo que más recuerdo es el aire de irrealidad, de estar viviendo
dentro de un relato o film de adolescentes. Yo, claro, era un adolescente cargado
de proclamas ingenuas y sueños disparatados. Mi sed de desarreglos estaba
justificada.
¿Cómo definir su música? Imagino que sus influencias iban del Leonard
Cohen menos electrónico al Bod Dylan más folk (estoy pensando en Nashville
Skyline), pero esto lo sostengo ahora, veinte años después, sin ser capaz
de recordar ni una sola de sus melodías. Tal vez, más que de recordar un sueño,
se trate de inventarle un pasado, un origen, al folio escrito por ambas caras con
letra casi ilegible que anoche encontré en una de mis viejas carpetas de
aquellos años (que milagrosamente conservo gracias al síndrome de Diógenes encubierto
de mi madre), pero no adelantemos acontecimientos.
Mis viejas carpetas de aquellos años |
Sólo los vi actuar una vez y fue un desastre. La sala estaba prácticamente
vacía y los bafles se acoplaban. Pese a ello, Los Olvidables tocaron todo su
repertorio, media docena de canciones propias y otra media de covers. De esa
noche lo que más recuerdo es la conversación que mantuve con Pedro una vez
finalizado el concierto, en la barra (cómo no) de otro bar de la zona de Gomila.
Curiosamente, hablamos de Fonollosa, los Panero y Antonin Artaud. A él también
le interesaba la poesía. Me dijo que algún día desaparecería para encerrarse a escribir
un libro de poemas elegantemente decadentes. Nunca olvidaré esa expresión:
elegantemente decadentes. Tal vez por esto dije que su objetivo era aburrir con
elegancia.
Que yo sepa, nunca grabaron una maqueta. Su vida como banda se redujo a
los ensayos en el local que tenían alquilado (creo que quedaba por Son Pardo) y
a los cuatro o cinco conciertos que dieron a cual, según me relataron, más calamitoso. Luego se
disolvieron y nuca más se supo.
Mentira. Por aquel amigo en común supe que el guitarrista y el bajista
se fueron de Mallorca, ignoro si a la península o al extranjero. Al baterista
me lo crucé hará cinco o seis años por Jaume III. No nos saludamos.
Probablemente no se acordaba de mí. Él apenas había cambiado.
De Pedro no volví a saber nada. Me gusta pensar que desapareció para
encerrarse a escribir su libro de poemas elegantemente decadentes (¿José María Álvarez?
¿Juan Luis Panero?) y que, una vez finalizado o aburrido de la tarea, volverá
para publicarlos en una editorial como Baile del Sol o Delirio. Qué quieren, yo
viví y leí en la España
de los años 90. Soy un sentimental.
A lo que iba. Anoche, hurgando en carpetas antiguas, encontré un folio escrito por ambas caras con una letra que no era la mía. Me llevó su tiempo
descifrar el significado de aquellas palabras. Se trataba de la letra de dos
canciones de Los Olvidables, dos canciones firmadas por Pedro F. ¿Robé aquel
folio? ¿Me lo regaló el cantante? ¿Y cuándo? ¿En alguna de aquellas ocasiones
en que fui a verlos ensayar? ¿O durante aquella charla post-concierto en que
hablamos de poesía, elegancia y aburrimiento? Nunca lo sabré. No importa. Lo
importante es que, como acto de gratitud o perdón, traigo aquí aquellas letras para
compartirlas con todos aquellos que recalen en “Tu cita de los martes”. A veces
es posible hacerle una muesca al vidrio antibalas con que el olvido se cubre. Pongan
ustedes la música.
Caricias temerarias
El relente envolviendo la farola,
dos figuras varadas de cartón.
No sabrás los motivos ni los nombres,
no sabrás si era encuentro o era adiós.
Inventarse una vida a contrapelo
trastornado por la velocidad
y el contorno posible de otras dudas,
otra boca de incendios que apagar.
La chica pelirroja de correos,
un camión de reparto en doble fila,
estas luces confusas como guiños,
caricias temerarias que te alivian.
Esas tardes de música y Panero,
Sonaban Dogs d’Amour y Los secretos,
no hace tanto, tal vez algunos siglos.
Como gotas de esperma deslizándose
por la fría tersura de tu boca.
Tú te arreglas los ojos y las uñas
como en una película de Bogart.
La voz de Johnny Cash nos petrifica,
pronostica la herida y este tren.
Nuestra historia se escribe en un minuto,
me dices, aún desnuda, en el hotel.
Como un pésimo actor sin muchas tablas,
te pido que me beses, para qué,
me respondes prendiendo tu cigarro
y el posible final que imaginé.
Paradas de autobuses, siluetas
de naves industriales, el latido
de la extensión dormida al otro lado
de este infierno de fechas y acertijos.
Apenas una mancha en la espesura
de un lienzo ensimismado, nuestra gloria.
Al final todos somos unos cerdos,
al final todas sois igual de zorras.
El relente envolviendo la farola,
dos figuras varadas de cartón.
No sabrás los motivos ni los nombres,
no sabrás si es “te quiero” o “se acabó”.
…
Para cuando no estés
Incluso en el verano
dormíamos abrazados.
El amor deshidrata,
ahora lo sabemos.
Por eso era urgente
beberte en abundancia,
guardar todas las fuerzas
para lo necesario:
vaciarme en ti y llenarme
de ti y de los futuros
acordes que querrán
aprovechar la pena
cuando no estés y sea
otra vez el verano
y esta canción nos duela
apenas un minuto.
cara A |
cara B |