martes, 1 de mayo de 2012

Fin del lirismo

Fallecida la edad del lirismo, uno se adentra en el tiempo de la prosa. Esta transformación no tiene una fecha determinada: lo mismo puede darse a los 25 que a los 45 años. Por otra parte, hay individuos que jamás padecen tal conversión. Se enquistan en la lírica y de ahí no hay quien los mueva. Suelen ser gente un poco cargante, la verdad, pero uno los acaba soportando porque, al fin y al cabo, no le hacen ningún mal al mundo, al menos ningún mal serio. Ahora recuerdo aquel poema de Fogwill en que decía que hacían falta más malos poetas. En fin. En contra de lo que cabría pensar, la edad o tiempo de la prosa nada tiene que ver con la renuncia a escribir poesía. El género (si no es un anacronismo hablar de géneros literarios hoy en día) está más allá de esta cuestión. La edad de la prosa se caracteriza, principalmente, por el descreimiento y la aridez. Acumular años nos despoja de tonterías. Ya conocemos de primera mano los mecanismos internos, de ahí que resulte más fácil detectar el gato que pretendían darnos por liebre. Fundamentalmente, la cuestión afecta a la forma, pero también al fondo. Por supuesto, este descreimiento también afecta a la propia escritura, al hecho de escribir. No nos hace especiales, ni mejores, ni más inteligentes. Tampoco más ricos, claro. Efectivamente, la edad de la prosa supone abandonar cierta dosis de ingenuidad. Puede parecer un asunto triste, pero el mejor humor se da en la edad de la prosa. Una vez que aprendes a reírte de ti, ya puedes reírte de todo lo demás.

ULTIMA HORA, 01/05/12