jueves, 3 de mayo de 2012

Fin del lirismo, segunda parte o Notas improvisadas tras una relectura

Caigo en contradicciones, incongruencias, imprecisiones. Me rebato constantemente, con disciplina improvisada. Más que escarbar, que profundizar en una idea, la rodeo con curiosidad, la acaricio y fantaseo para después salir corriendo. Alguna vez hablé de alergia al proselitismo, pero me parece una explicación demasiado fácil, un tanto cómoda. Envidio a los que pueden descansar y relajarse sobre unos ideales más o menos firmes, al margen de altibajos y autoagresiones. Además, siempre sentí curiosidad por cómo deben verse las cosas desde la terraza del vecino, sobre todo si la vecina está buena y acostumbra a caminar semidesnuda por casa.

Ocurre que me releo y no me gusto. Imagino que esta patología debe tener algún nombre. Hoy en día todo tiene un nombre.

Hablando de relecturas… Releo varias veces la frase con que terminé mi artículo del martes 1 de mayo (día extraño para hablar de prosas y lirismos, la verdad). Eso de “reírse de todo lo demás” merece una explicación. (En realidad no la merece, pero me entraron ganas). Creo en la necesaria ejemplaridad que debe presidir la actuación de todo representante público y político en general. (Hay frivolidades que repugnan). Hago extensible esta necesidad a los entrenadores de fútbol y futbolistas, por ser estos a quienes más se escucha en este país. (Se admiten risas). Este segmento de población queda dispensado de la facultad de reírse de todo, no puede o no debería poder asumir maneras despreciativas, etc., porque todos les miramos y asumimos sus posturas, sus discursos, en una actitud imitativa tan patética como inevitable. Otra cosa bien distinta es la actitud que uno puede adoptar a la hora de escribir (un poema, una novela, lo que sea). Aquí sería ridículo e, incluso, peligroso perseguir la ejemplaridad. Además, la repercusión que el contenido de un libro de poemas o novela puede tener es ínfima. Lo que vengo a decir –algo, por otro lado, más viejo que el TBO– es que es bueno escribir sin perder de vista (al menos, sin olvidar del todo) que uno está haciendo algo bastante importante, sí, pero SÓLO PARA ÉL. (Tendencia en constante progresión, si no, que le pregunten al preocupado Vargas Llosa). Al fin y al cabo, el mejor de los poetas tiene menos repercusión que un diseñador de moda o un cocinero medianos, por no hablar de un empresario de éxito o el ganador del último concurso televisivo de moda… Se trata, más que nada, de un consejo de amigo para no caer en el ridículo. (Ya sé que esto de hacer el ridículo es algo subjetivo y que, probablemente, al escribir estas líneas esté cayendo en el mayor de los ridículos al tomarme tan en serio). (Otra cosa: creo en el derecho inalienable del ser humano a hacer el ridículo de la manera que más le plazca). Una vez que asumes esto, tu no trascendencia, tu futilidad, puedes reírte de todo... Pero no, hay cosas sobre las que debería estar prohibido reírse. No, no debería estar prohibido, ésta no es la solución, conduce al talibanismo… En realidad, hablo o pretendía hablar de poner entre paréntesis cierta idea de trascendencia u honorabilidad, algo también más viejo que el TBO –si no, que le pregunten al último premio Cervantes… Bla bla bla.

Pese al ridículo en que caigo tras cada nueva frase, decido seguir. Voy lanzado, de cabeza al arrepentimiento posterior. (El exceso de explicaciones lleva aparejado irremediablemente el arrepentimiento posterior). Sigo con el artículo “Fin del lirismo”. En ningún momento me propuse contraponer prosa y poesía, tomar partido por uno de estos géneros literarios (pensé que había quedado claro, pero un comentario recibido hace que dude sobre este punto). Algo así me parecería ridículo. Necesito ambos por igual; no sé estar sin leer poesía del mismo modo que no sé estar sin leer narrativa. ¿No? No, a la larga no. Lo que sucede es que subjetivizo (según el diccionario de la RAE, los verbos subjetivar y subjetivizar no existen, pero no importa) los términos “prosa” y “lirismo”, los hago míos, escapo de la acepción que el diccionario pueda dar de ellos. Contemplo el lirismo como una actitud ingenua frente al hecho de escribir; en cambio, al hablar de tiempo de la prosa, me estoy refiriendo a una actitud más descreída, menos inocente. El tiempo del lirismo es el tiempo de la juventud en tanto que tiempo en que uno se deja deslumbrar con mayor facilidad por fuegos de artificio. Pienso en jueguitos varios y en la creencia en la singularidad e importancia de nuestros propios sentimientos. El tiempo de la prosa, en cambio, es presidido por una actitud más crítica y reflexiva (con lo bueno y malo que esto conlleva).

Parte práctica. Propongo releer poemas propios escritos cuando uno tenía 16 años. Al margen de la falta de lecturas típica de esa edad, uno se ruboriza al percibir la pose y la tendencia a la exageración que rezuman esos versitos que confunden profundidad con tremendismo de segunda. Hay quienes se enquistan ahí, que no admiten broma sobre sus profundos y terribles sentimientos. Se toman tan en serio en su faceta de escribidores (seres de una sensibilidad ultraterrena) que uno se queda pasmado. En fin, tampoco es tan grave. El mundo no se detendrá por eso.

Lo hará por otras cosas.

Ahora escucho una voz que me susurra: “¿No está muy visto eso de desacralizar la poesía, la literatura en general? ¿No habría que volver a sacralizarlas, adoptar posturas mesiánicas, brindar por nuestra singularidad especial, altiva…? No sé… ¿Volver a Huidrobo? ¿Abrazar a don Mario? ¿Por qué no?

No, no es ésta la cuestión, me estoy yendo por las ramas…

Una cosa está clara: nunca hay que tomarse demasiado en serio las reflexiones que un escritor pueda hacer sobre el hecho de escribir. Probablemente, busque escandalizar, hacer un chiste o devolver alguna pulla que directa o indirectamente recibió.

¿Habrá tercera parte?