martes, 17 de abril de 2012

La locura

Pensábamos que el sol se había instalado definitivamente en la ciudad y aquel martes amaneció lluvioso. Esto aportó lentitud a nuestra manera de hacer el amor antes de salir de casa. A la hora del café con prensa, ya andábamos nostálgicos, con ganas de confidencias y paseos campestres. Caminar por las aceras se volvió peligroso. La gente avanzaba con determinación. Si no tenías cuidado, eras atropellado sin escrúpulos. Aquellos paraguas invitaban a cometer acciones violentas y absurdas, como detener taxis y obligar a sus ocupantes, mediante golpes e insultos, a desalojarlos. A duras penas llegamos a la hora del almuerzo. Los chistes del camarero que nos atendió eran toda una declaración de guerra. Todos los comensales andaban enfrascados en la sección “sucesos” del periódico con la esperanza de leer el nombre de algún conocido. A las seis te llamé tras haber ocultado mi número. Por suerte, no atendiste. Me acerqué hasta una parada de autobuses. Ignoro por qué. A mi lado esperaba una mujer de unos 30 años, tan alta como yo gracias a sus tacones. Vestía un traje-chaqueta gris marengo. Llevaba el pelo castaño recogido en un moño. Me fui acercando a ella hasta que nuestros hombros se tocaron. Sin venir a cuento, le espeté en pleno rostro: “La locura a duras penas admite ser narrada, si bien, a partir de cierta edad, no existe otro tema”. Cuando quiso reaccionar, ya me había esfumado. Por fortuna, aquella noche no viniste a casa. Hoy somos felices, consecuentes, y aquello fue una pesadilla.

ULTIMA HORA, 17/04/12