He proseguido con mi periplo argentino. Estos días leí los
relatos En la estepa y Papá Noel duerme en casa, de Samanta
Schweblin; Ocio y Veteranos del
pánico, de Fabián Casas; Gelatina y Aguas salobres, de Mario Levrero. En fin, cosas de familia. Ya sé
que el bueno de Levrero es uruguayo, pero me uno así al chiste de mis amigos
australes. En petit comité me autoproclamo salteño e independentista. Para
fastidiar. Después hablamos de literatura, concluido el asado. Expongo lecturas
recientes, pero todos se quedaron un poco atrás, así que terminan preguntándome
por mis proyectos. Uf. Prefiero darle al fútbol. Por acuerdo tácito, evitamos
hablar de la denuncia que Argentina ha interpuesto contra España por lo de las
restricciones del biodiesel. El fútbol conlleva más apasionamiento y menos
conflictividad. Además, qué coño sabemos nosotros del biodiesel. Elucubramos sobre
si Tito estará a la altura. Esto nos enciende. Después especulamos sobre lo que
pasará en Brasil. Que España no repetirá es una certeza generalizada. Los
amigos apuestan por una final Brasil – Argentina. Yo insisto con Italia. La
Alemania de Özil, en cambio, me deja más bien frío. Seguimos con la cerveza. Es
noche cerrada. Estoy bien. Pese al vértigo. Al llegar a casa y a modo de
despedida de otros tiempos, escribo del tirón esta especie de poema. La
literatura como terapia, qué peligro.
Disimulo mi inapetencia
verbal concentrándome en el cuadro
que tengo enfrente, un retrato a pinceladas gruesas y nerviosas
de la mujer con la que estoy a punto de acostarme y que acabará
siendo la esposa de un famoso pintor local que expone en NY
y Berlín, una mujer que inspirará un poema que escribiré
varias semanas después, cuando ella ya haya conocido al pintor
local famoso y yo ande de fiesta en fiesta, emborrachándome
y sermoneando a todo aquel incauto que cometa el error de caer
en mi reducido radio de acción. Pero aún no bordeo
el precipicio (o sí lo hago pero no soy consciente) y la mujer
me pide qué quiero beber y yo pienso que la vida y sin embargo
contesto que con una cerveza será suficiente, pero nada
va a ser suficiente esta noche. De todos modos, he tenido
la precaución de apagar mi teléfono. Mi desesperación es más fuerte
que mis ganas de follar pero -como ya dije- todavía no lo sé.
que tengo enfrente, un retrato a pinceladas gruesas y nerviosas
de la mujer con la que estoy a punto de acostarme y que acabará
siendo la esposa de un famoso pintor local que expone en NY
y Berlín, una mujer que inspirará un poema que escribiré
varias semanas después, cuando ella ya haya conocido al pintor
local famoso y yo ande de fiesta en fiesta, emborrachándome
y sermoneando a todo aquel incauto que cometa el error de caer
en mi reducido radio de acción. Pero aún no bordeo
el precipicio (o sí lo hago pero no soy consciente) y la mujer
me pide qué quiero beber y yo pienso que la vida y sin embargo
contesto que con una cerveza será suficiente, pero nada
va a ser suficiente esta noche. De todos modos, he tenido
la precaución de apagar mi teléfono. Mi desesperación es más fuerte
que mis ganas de follar pero -como ya dije- todavía no lo sé.