jueves, 23 de agosto de 2012

Salteño e independentista (literatura como terapia)



He proseguido con mi periplo argentino. Estos días leí los relatos En la estepa y Papá Noel duerme en casa, de Samanta Schweblin; Ocio y Veteranos del pánico, de Fabián Casas; Gelatina y Aguas salobres, de Mario Levrero. En fin, cosas de familia. Ya sé que el bueno de Levrero es uruguayo, pero me uno así al chiste de mis amigos australes. En petit comité me autoproclamo salteño e independentista. Para fastidiar. Después hablamos de literatura, concluido el asado. Expongo lecturas recientes, pero todos se quedaron un poco atrás, así que terminan preguntándome por mis proyectos. Uf. Prefiero darle al fútbol. Por acuerdo tácito, evitamos hablar de la denuncia que Argentina ha interpuesto contra España por lo de las restricciones del biodiesel. El fútbol conlleva más apasionamiento y menos conflictividad. Además, qué coño sabemos nosotros del biodiesel. Elucubramos sobre si Tito estará a la altura. Esto nos enciende. Después especulamos sobre lo que pasará en Brasil. Que España no repetirá es una certeza generalizada. Los amigos apuestan por una final Brasil – Argentina. Yo insisto con Italia. La Alemania de Özil, en cambio, me deja más bien frío. Seguimos con la cerveza. Es noche cerrada. Estoy bien. Pese al vértigo. Al llegar a casa y a modo de despedida de otros tiempos, escribo del tirón esta especie de poema. La literatura como terapia, qué peligro.


Disimulo mi inapetencia verbal concentrándome en el cuadro
que tengo enfrente, un retrato a pinceladas gruesas y nerviosas
de la mujer con la que estoy a punto de acostarme y que acabará
siendo la esposa de un famoso pintor local que expone en NY
y Berlín, una mujer que inspirará un poema que escribiré
varias semanas después, cuando ella ya haya conocido al pintor
local famoso y yo ande de fiesta en fiesta, emborrachándome
y sermoneando a todo aquel incauto que cometa el error de caer
en mi reducido radio de acción. Pero aún no bordeo
el precipicio (o sí lo hago pero no soy consciente) y la mujer
me pide qué quiero beber y yo pienso que la vida y sin embargo
contesto que con una cerveza será suficiente, pero nada
va a ser suficiente esta noche. De todos modos, he tenido
la precaución de apagar mi teléfono. Mi desesperación es más fuerte
que mis ganas de follar pero -como ya dije- todavía no lo sé.