jueves, 27 de septiembre de 2012

LLUVIA EN AGOSTO



Como la catarata de una selva abolida,
perdida en algún libro,
la lavadora dice su monólogo
de ropa sucia y detergente,
trae el rumor de los domingos solos
en que se fraguan las huidas,
esas revoluciones que aún nos permitimos.
Llueve. Y uno imagina
un camino de tierra junto a un río
enigmático y turbio como el río de Conrad,
la voz de una mujer que no ha existido,
que inventamos después del desamor.
Imagina ciudades en las que los leones
duermen sobre el asfalto,
lugares sin un mapa que los delate, gentes
que saben contemplar un cielo rojo
desde el balcón de sus renuncias.
Imagina una rosa abandonada
en la mesa de un bar, la terraza desierta
de un hotel que cerró y en el que Carver
escribe, muy despacio, las letras de aquel verso
que tantos otros escribieron
antes que él:
la hegemonía de la muerte...
                                                     Uno
imagina estas cosas sin saber
que lo que imaginamos
será el desierto frío donde nos quemaremos,
el aguijón certero de lo que no tuvimos
o no supimos retener.

Sigue lloviendo todavía
y la lluvia me cuenta, cadenciosa y cercana,
que el que nunca ha abrazado un espejismo
no sabe qué es perderlo para siempre.



Poema incluido en Al fin has conseguido que odie el blues (Ed. Hiperión, 2003)