[Se trata de una historia inventada. La
presento en 7 capítulos breves. Cada día de esta semana publicaré un nuevo
capítulo. Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia. Las empresas
donde trabajamos son un hervidero de deseos sexuales. Unas veces se reprimen;
otras, no. Los finales, por lo general, tienen querencia por la tristeza. Se
cumplan o no nuestras expectativas. Hay quien llama a esto naturaleza humana.
Yo me limito a contar una historia]
Es una historia más
habitual de lo que cabría pensar, tierna y sórdida a la vez. La protagonizan un
hombre y una mujer de unos cuarenta años de edad. Están casados y trabajan para
la misma empresa. De hecho, fue allí donde se conocieron. Él era el típico
guapo seguro de sí mismo que apuntaba maneras y que finalmente tuvo que
conformarse con un cargo intermedio que no termina de satisfacerle. Ella era la
guapa oficial, una mujer decidida, más lista que inteligente. En su momento, supo
sonreír a las personas adecuadas para acabar como subjefa de un departamento
más o menos insignificante. Tienen dos hijos, un chaletito adosado bastante
coqueto y un Opel Insignia gris metalizado. Si alguien les preguntara, dirían
que son felices. Por las mañanas, él suele salir a tomar un café con una
compañera de departamento. No está, ni mucho menos, tan buena como su mujer
pero, en fin, le ríe las gracias. Ya saben lo que dicen del roce y el cariño.
La cuestión es que el tipo empieza a tener fantasías eróticas protagonizadas
por él y su compañera. Ya no es solo que se masturbe pensando en ella, sino
que, cuando hace el amor con su mujer, la imagen de su compañera acude a su
mente con una asiduidad desconcertante. Pasa el tiempo y la cosa va a más. Sería exagerado hablar de obsesión, pero si le dieran
a elegir entre su compañera y cualquier mito erótico cinematográfico no
dudaría ni un segundo en escoger a la primera.