Los días pasan
sin que nada cambie hasta que alguien organiza una cena de empresa. Se trata de
una cena para la gente del departamento donde él trabaja, por lo que su mujer
decide quedarse en casa con los niños. No es que nuestro protagonista tenga
pensado ningún plan de acción, ni que sus expectativas sean grandes, pero lo
cierto es que acude a la cita con una actitud abierta, es decir, predispuesto,
llegado el caso, a dejarse llevar. La cena transcurre como suelen transcurrir
este tipo de cenas. En el primer bar todavía están todos. Los brindis
habituales y las conversaciones sobre gente de la empresa ausente en ese
momento se suceden con naturalidad. En el segundo bar, las bajas ya son
considerables: han desertado más de la mitad de los asistentes. En el último,
solo quedan ellos dos. Qué sería de nuestra vida sentimental sin la tan
socorrida última copa. El problema es que esta última copa suele venir
precedida de las tres o cuatro anteriores. A tal cantidad de alcohol hay que
agregarle el vino de la cena y el licor con que se acompañó el café una vez
finalizados los postres.