No tendría 20 años cuando leí Menos que cero, de Bret Easton Ellis.
Aquella novela me dejó tocado. Su estilo frío, directo, etc., me subyugó. El
distanciamiento glacial que el narrador coloca entre él y lo que cuenta, etc. En
fin, hay muchas críticas por ahí. Puedes leerlas si quieres. Lo cierto es que yo
–como muchos– quería escribir una novela como aquella. Es más, en mis fantasías
de flaco melenudo, podía verme en descapotables que circulaban a más de diez mil
kilómetros por hora por autopistas junto al océano, acompañado siempre de rubias
monumentales sin alma ni restricciones proletarias. Ríete de Felix Baumgartner. Quién
no quiso ser el puto rey de los capullos con 18 años. Pero pasó el tiempo. Me
convertí en un capullo (no alcancé a ser el rey), pero con restricciones
proletarias y sin descapotable. De las rubias mejor no hablo. Me olvidé de Bret
Easton Ellis. Publicó otras novelas, pero apenas me enteré. Vi, eso sí, la película
American Psycho, y me pareció malísima.
A lo que iba. Este lunes me pasé por la biblioteca Can Sales. ¿Debo insistir en
lo de las restricciones? No tenía ninguna idea preconcebida. Me gusta acudir así
a mi cita semanal. Nunca sabes qué te puedes llevar a casa. Eso está bien. La incertidumbre.
La sorpresa. Sobre todo si estás casado y por tu mente no pasa dejar el trabajo
en el que vas puliéndote el alma día a día. En fin, que ahí estaba yo, paseándome
entre anaqueles repletos de libros cuando lo vi: Suites imperiales, de Bret Easton Ellis. Habían pasado más de 20
años desde aquel primer encuentro. Decidí darle una oportunidad. De hecho, se
la estoy dando. Llevo leídas 36 páginas y me parece un libro aburrido. He
decidido otorgarle 14 páginas de margen. Por los viejos tiempos. Si cuando
llegue a la 50 me sigue aburriendo (no soy Vila-Matas, no tengo problemas con
los números redondos), lo dejo y me pongo con Diario de Golondrina, de Amélie Nothomb. He dicho.