lunes, 15 de octubre de 2012

Mi revolución

Me habla de la revolución, a estas alturas de la noche. Yo, por supuesto, voy revolucionado. Su cuello largo y su sonrisa son la causa. Le digo que sí, que la revolución es hermosa y necesaria, pero lo es porque está abocada al fracaso, irremediablemente, porque gana cuando pierde y pierde cuando gana, y que nada hay más revolucionario que admitirlo y, pese a ello, seguir en la lucha. La previsión no es revolucionaria, la avaricia tampoco, por eso le pido que no reparemos en gastos, que empeñemos, si es preciso, la Torre Eiffel y la Muralla China. Mi revolución es de bolsillo y, sin embargo, al igual que los Gremlins, cuando se moja (con alcohol) se torna imprevisible. Algunas noches brilla con fuerza. Flota en mi habitación como un mosquito ebrio, como el argumento de esa novela que nunca escribiré. Es una luciérnaga voluptuosa, una esquirla fosforescente de la niñez perdida. ¿Qué me dices?, pregunto. Cuando mejor pienso que lo tengo, cuando ya suenan los tambores, me llama reaccionario (¡reaccionario!) y me deja a solas con mi revolución. Mi revolución se apaga, regresa a mi bolsillo. Chinos y franceses suspiran aliviados. Me espera una noche larga. Igualmente, descorcho la botella de champán que guardé en el congelador. A veces soy previsor, incluso avaricioso. A la segunda copa ya estoy cantando. Las estrellas me acompañan. Elliott Smith, Rocío Jurado, Bon Iver. Sólo me falta una cuadrilla de mariachis haciéndome los coros. De repente, una luz blanca me ciega. Mi revolución canta conmigo. 

ÚLTIMA HORA, 15/10/12