jueves, 11 de octubre de 2012

WATANABE

Nunca antes leí a Watanabe. Me gusta Watanabe. Sus poemas son entrañables. Por su manera de escribir, diría que él mismo es un tipo entrañable. Un tipo formal (en apariencia) y discreto. Un tipo socarrón, inteligente. De esas inteligencias a las que no les gusta alardear. Watabe escribe sus poemas como si te contara una anécdota trivial, sin importancia. Sin embargo, la lengua empleada no es coloquial. Te habla de piedras, de fósiles, de cuchillos de cocina, de cómo su hermana cocina un cabrito. Y sigue sin ser coloquial. Su originalidad radica en las anécdotas escogidas para tratar los temas que trata (que todos tratamos). Su extraña ciencia consiste en hacer de esas anécdotas algo atractivo para el lector. Es capaz de escribir “pescadito” y quedarse tan ancho. También habla de Abraham y de Isaac, no se vayan a creer. Hay un poema que empieza así: “En el cauce del río seco / una espigada yegua orina sobre un sapo agradecido”. Conozco pocos poetas capaces de empezar un poema con estos dos versos. En fin, no son más que primeras impresiones. Como aquel que dice, me lo acaban de presentar. Pero quería compartir estas primeras impresiones. Es que últimamente siento que hablo poco de poetas.


En este poema se resumen las intenciones del poeta:
de la pureza a la pornografía, de la luz a la carne,
los extremos conviviendo en armonía
en un mismo poema.