El otro día quedé con mi amigo Onofre. Había pasado más de un año desde
nuestro último encuentro. La vida, ya se sabe. Nos vimos en el Nicolás. Pedimos
un par de gin tonics. Después de las frases protocolarias, entramos en faena. Empezamos
por la literatura. Le hablé de la decepción que me supuso la lectura de Cosmopilis, de Don DeLillo. “De hecho, la
dejé a la mitad”, dije. “Al fin vienes a las mías”, sonrió victorioso. El
comentario se explica por la discusión que mantuvimos en nuestra última cita.
Yo hablé en términos elogiosos de Ruido
de fondo y Punto Omega, las dos
únicas novelas del estadounidense que hasta la fecha había leído. Estas
novelas, en especial la primera, me gustaron bastante.
ONOFRE: ¿Y qué pasa con Cosmopolis?
CÁNAVES: No lo tengo muy claro. Es indudable que DeLillo utiliza
las palabras con maestría. Sabe como nadie crear un contexto, una atmósfera,
donde lo increíble o improbable se vuelve perfectamente lógico, verosímil. Digamos
que sabe llevarte a su terreno. Es un escritor brillante. Posee, además, una mirada
penetrante que logra traspasar la superficie de las cosas para adentrarse en el
meollo del asunto o, lo que es lo mismo, en la auténtica realidad de las cosas.
Por otro lado, sus diálogos son fluidos, extraños, a veces deslumbrantes…
ONOFRE: ¿Entonces?
CÁNAVES: Con esta novela me ha pasado algo que no me pasó con las
otras dos. Detrás de esa brillantez, de ese impecable manejo de las palabras, es
decir, de ese oficio, no encontré nada que llamara mi atención, que lograra
mantener mi interés despierto y alerta. Sí, podemos decir que, a su manera, radiografía
el capitalismo, pero acaba resultando redundante. Por otro lado, la historia en
sí no consiguió captar mi atención. Leía y me aburría y es algo que jamás pensé
que me pudiera pasar con DeLillo…
ONOFRE: De cada vez quedan menos certezas, ¿no es cierto?
CÁNAVES: Bueno, no dramaticemos. ¿Pedimos otro?
Con el segundo gin tonic, cambiamos de conversación. Pasamos a
hablar de actualidad política. En este terreno, mi amigo Onofre se siente más
cómodo. La de discursos que le habré escuchado alentado por el alcohol y la
compañía. Fue inevitable comentar lo sucedido en Cataluña.
CÁNAVES: ¿Qué me dices del batacazo que se ha dado Artur Mas?
ONOFRE: Mas se ha dado una buena hostia, es cierto. Esto le pasa
por querer erigirse en héroe nacional. En sus sueños pre-electorales se veía
como un Braveheart pintarrajeado. Su tono dramático, mesiánico, asustó a sus
seguidores más comedidos. Hasta aquí todos estamos de acuerdo, ¿cierto?
CÁNAVES: Cierto.
ONOFRE: El problema es que este resbalón político, este ridículo
si se quiere, no debilita la aspiración
soberanista catalana. Contra lo que muchos creen, yo diría que la refuerza. CIU
ha abandonado su antigua ambigüedad, esa vieja estrategia consistente en nadar
y guardar la ropa. Sus miembros se lanzaron a la piscina sin quitarse ni
siquiera la corbata. Ahora, sus votantes, los que les quedan (que no son pocos,
no habría que olvidarlo), saben a qué atenerse.
Votan con conocimiento de causa. Ahora sí se puede establecer nítidamente quiénes
están a favor de la ruptura y quiénes no. Y los que están a favor son mayoría,
al menos en el Parlamento. Sería tonto obviar este hecho.
CÁNAVES: Por otro lado, no hay que olvidar que no hay animal más
peligroso que el animal herido y ahora Artur Mas es un animal herido.
ONOFRE: Exactamente. Yo lo creo capaz de vender su alma al diablo
con tal de joder a los que ahora se ríen de él. Oriol Junqueras, el gran
triunfador, se frota las manos... Escucha lo que te digo: la Diada del 11-S
inició un camino sin retorno. Ojalá esté equivocado. En fin, tú sabes lo que
pienso. No me considero catalanista ni anti-catalanista. Dios no quiso
obsequiarme complejos castradores. Soy capaz de entender sentimientos
radicalmente opuestos a los míos. La pasión es una cosa extraña y peligrosa, pero
también necesaria. Sólo digo que la historia no ha acabado, como algunos
quieren creer.
Y llegó el tercer gin tonic. Onofre estaba lanzado. Yo me limitaba
a tirar de él. Mientras el bar se iba vaciando, nosotros seguíamos jugando a
parecer inteligentes. Pobre camarero.
ONOFRE: Todos, yo el primero, nos llenamos la boca hablando pestes
del nacionalismo. Creo que fue Pere Navarro el que durante la precampaña nos
recordó los millones de muertos que los nacionalismos dejaron
tras de sí…
CÁNAVES: ¿Acaso no es verdad?
ONOFRE: Sí, obvio. Pero sería interesante realizar una comparativa
entre los millones de muertos que los nacionalismos provocaron y los millones
de muertos imputables a la religión o al capitalismo, ¿no te parece?
CÁNAVES: Ahora es cuando empiezas a darme miedo.
ONOFRE: Olvidemos la religión. Centrémonos en el capitalismo y el
nacionalismo. Aunque muchas veces vayan de la mano, la esencia de uno y otro no
pueden ser más diferentes. El capital no entiende de himnos, banderas, idiomas,
fronteras o sentimientos. El capital busca las condiciones más idóneas para
crecer y reproducirse. En este sentido, podemos decir que es puro, no influenciable,
inhumano; algo así como el bicho de Alien; algo que no entiende de chantajes
emocionales; en suma, una máquina perfecta que avanza y aniquila (o fagocita) todo
aquello que se interpone entre él y su objetivo, que no es otro que su propio
crecimiento.
CÁNAVES: Creo que DeLillo ha poseído tu alma. ¿Cambiamos de tema?
¿Hablamos de fútbol o mujeres?
ONOFRE: Como quieras, o mejor: volvamos a la literatura. Quiero
que me recomiendes una novela. Antes, pidamos una última copa.
CÁNAVES: Pídetela tú si quieres, yo mañana trabajo.
ONOFRE: Aguafiestas.
CÁNAVES: Y no te voy a recomendar una novela, sino tres, las tres
del mismo autor.
ONOFRE: ¿Nombre?
CÁNAVES: Rafael Pinedo.
ONOFRE: ¿Títulos?
CÁNAVES: Plop, Frío y Subte.
ONOFRE: Tomo nota.
CÁNAVES: Bien. Me marcho.