sábado, 3 de noviembre de 2012

El mundo sigue siendo un lugar muy triste (6)

Ahora, la luz del flexo de la mesita de noche está apagada. Ella la encendió cuando se separó de él para ir al baño. Cuando él dejó la habitación, la luz seguía prendida. Sin embargo, en estos momentos, la habitación está sumida en una oscuridad que dista mucho de ser cerrada: una farola de la calle posibilita una visión parcial de los objetos que le rodean. La habrá apagado, se dice, cuando oyó que abría la puerta. O sea, que no dormía. Pensar esto le llena de rencor hacia su compañera. Se acerca a la cama. Ella continúa con los ojos cerrados. Está fingiendo, piensa él. Se agacha y empieza a subirle la falda. Ella no lo impide, es más, diría, aunque no puede estar seguro, que con un casi imperceptible movimiento de caderas le facilita las cosas. No lleva bragas. Tal vez se las quitó cuando estuvo en el baño, elucubra él. ¿O se pasó toda la noche sin ropa interior? Tiene el sexo completamente rasurado. No se lo esperaba. La verdad, hubiese preferido otra cosa. Se sube a la cama y se coloca de rodillas, la espalda curvada hacia delante, a los pies de su compañera. No puede dejar de verse como un mono a punto de entrar en acción. Sonríe. Olfatea sus propias uñas, los pies de ella. Después empieza a chuparle los muslos.