martes, 13 de noviembre de 2012

La risa de Michelle (Obama)

Obama está triste, pero se trata de una tristeza que los tipos como usted y yo solo podemos llegar a intuir. Se enfrenta a un abismo y los abismos, por muy fiscales que sean, nunca dejan de ser abismos. Ahí está, frente al abismo, con su rotunda Michelle de la mano, tan humano al fin, tarareando ese viejo tema de los Beatles. Te amo, Michelle, es todo lo que quiero decirte, pero mi amor es el amor de un mortal nacido Honolulu. Qué lejos queda ahora aquel 20 de enero de 2009, o aquel octubre del mismo año en que esos viejos decrépitos de Oslo decidieron regalarle algo más de 1.400.000 dólares, de los que un pellizco fue a parar a viejos veteranos de guerra. Michelle, dice Obama, últimamente acuden a mi mente imágenes de mis años escolares en Yakarta. En la época de lluvias, todas las calles se inundaban y era fácil imaginar el fin del mundo. Yo miraba todo aquello con ojos temerosos de niño hawaiano. Cariño, susurra Michelle, ¿por qué me cuentas todo esto? ¿Estás bien? Pero Barack no contesta. Se siente cansado. Es lógico. La contemplación de los abismos produce cansancio. Empieza a ser un veterano de guerra. Vuelve a tararear aquel viejo tema de los Beatles. Te necesito, ma belle, te necesito más que nunca. Michelle se ríe. Por un momento vuelve a ser aquella joven universitaria. Cuando te pones sentimental, le dice a su marido, estás muy gracioso. Ahora ríen los dos. Obama sabe que el mundo se desmorona pero igualmente se ríe. No puede dejar de hacerlo. Es contagiosa la risa de Michelle. 

 ULTIMA HORA, 13/11/12