sábado, 10 de noviembre de 2012

Violencia y literatura, breve ensayo que nunca escribiré

Quería escribir un artículo largo y sesudo sobre las distintas relaciones entre violencia y arte o, mejor, entre violencia y literatura: la manera que tiene ésta de tratarla, de transmitirla, la adecuación del lenguaje empleado para tal fin, etc. La idea me duró algo así como diez minutos. Fueron, eso sí, diez minutos de una actividad mental muy intensa, casi violenta, algo infrecuente en mí. La conclusión a que llegué es que debía bajar uno o varios peldaños mis expectativas ensayísticas. Pensé: mi lista de lecturas seguirá los hilos sugerentes del azar y la obsesión. No obstante, rastrearé la violencia contenida en los libros que vaya leyendo para después poder comparar una con otra, estableciendo al fin categorías según el tratamiento de esta violencia. Supongo que no hace falta decir en qué acabó la cosa. Se acumularon trabajos de distinta índole y la idea se fue diluyendo hasta acabar en una mancha difusa en el fondo de la tacilla en que suelo beber el café y los proyectos disparatados. Ahora, en esta hora muerta en que no hago lo que debería hacer, rastreo lo que queda de todo aquello, un compendio de títulos apuntados y notas mentales que fui acumulando a medida que leía, adulteradas (adelgazadas) por el paso del tiempo y la pereza (esta vieja amiga). 

Mi intención era iniciar el artículo hablando del cuento de Samanta Schweblin titulado “La pesada valija de Benavides”, incluido en Pájaros en la boca. Se trataba, ya de entrada, de establecer un tono descreído e irónico, es decir, crítico pero amable. 

Las novelas leídas que propiciaron alguna de esas notas metales de las que he hablado hace un momento fueron: 

Infancia, de J.M. Coetzee 
Plop, de Rafael Pinedo 
Cárcel de árboles, de Rodrigo Rey Rosa. 
Del mismo autor: Caballeriza 
El oficinista, de Guillermo Saccomanno 
Noche de los enamorados, de Félix Romeo 
Pandora en el Congo, de Albert Sánchez Piñol 


Recuerdo que uno de los temas que quería abordar era el de la idoneidad de la mirada ingenua de un niño para transmitir la violencia de los adultos. Otra cuestión en la que quería profundizar era… Uf, para qué seguir. Una vez más compruebo que la cirugía no es lo mío. Me pierdo en la dispersión, en meras intuiciones que rara vez persigo hasta el final. Por lo demás, la violencia, en mayor o menor medida, se encuentra en toda creación humana, en toda relación que las personas establecen entre sí. 

Lo mejor y más importante es que disfruté mucho de la lectura de los ocho títulos mencionados. Al final, es de lo que se trata.