Segunda cerveza en esta tarde inesperadamente soleada,
próxima a la Navidad. No olvido las tareas pendientes, pero mi parte hedonista,
o tal vez perezosa, o puede que irresponsable (o una mezcla de las tres), ha
decidido hacerse con los mandos de la situación y, entre sorbo y sorbo, una vez
ahuyentadas las obligaciones y el sentimiento de culpabilidad, me he pulido de
un solo trago la antología poética f/22, editada por La Ubre Amarga Ediciones, una antología formada por los poemas de nueve jóvenes poetas de Cochabamba. Sí,
le digo a la parte de mí que desempeña la función de público, de primer lector,
de amigo innominado, el mundo ha reducido sus dimensiones, todo queda un poco
más cerca, y tal disminución contiene aspectos negativos y positivos. Entre los
positivos, que yo, en esta tarde soleada de diciembre, entre sorbo y sorbo de cerveza,
haya podido zambullirme en los fragmentos de vida de estos nueve jóvenes poetas.
Poetas que pese a su juventud hablan del pasado, es decir, de la infancia y de
la adolescencia. Se hace inevitable pensar en mis primeros poemas: aquella
imitación burda, rayana con lo plagiario, aquella carencia de voz propia,
todavía en construcción, etc. Y me encuentro, en esta antología cochabambina,
en esta tarde de sábado inesperadamente soleada y solitaria (sólo por unas
horas, hasta que ella regrese de sus obligaciones familiares), con voces en
construcción (¿acaso alguna vez dejan de estarlo?) pero seguras, voces sin
afeites innecesarios, despojadas de ese barroquismo que uno, inconscientemente,
le agrega al exotismo que para un mediterráneo supone la palabra Cochabamba.
Una apuesta por el zarpazo sugerente, por una sequedad que espumea en el
cerebro, por una aridez bien construida, que deja respirar. Creo que es de
justicia transcribir los nombres de estos nueve poetas de esta región más o
menos central de Bolivia: José Laura, Anahí Maya, Lourdes Saavedra, Milenka
Torrico, Claudia Michel, Luis Segurola, Roberto Oropeza, Pablo César Espinoza y
Juan Pablo Salinas. Todos ellos me acompañan en esta tarde
inesperadamente soleada y poética, me acompañan para contarme que todos venimos
del mismo anhelo, del mismo miedo, del mismo temblor. En fin, ya me pulí la
segunda cerveza. ¿Encaro la tercera? Los poemas de Roberto Terán y Ernesto
Frattarola asienten y sonríen, aguardan turno, pero el hambre también es poderosa. Tal vez más tarde... Gracias, Anahí,
por el envío. El sol ilumina el teclado. Quiero detener el tiempo.