jueves, 10 de enero de 2013

EL ROCK DE LA CÁRCEL, un poema de Jorge Boccanera



Ella pone la radio a todo volumen cuando
intento escribir,
cuando quiero dormir,
ella baila en el piso de arriba.
Baja las escaleras con fuerte zapateo,
            sus hijos lloran,
            sus perros ladran.
Todo el santo día personas que tocan a mi
puerta y por toda disculpa dicen: me equivoqué
            de puerta.
Ahora sube las escaleras corriendo, da un portazo
en su cuarto y discute a los gritos.
            Sus hijos ladran,
            sus perros lloran.
Con ella el vecindario es mucho más que una
            riña de gallos en el techo,
mucho peor que una explosión adentro de la
            almohada.
Un día respiré profundo, subí las escaleras,
me atendió un hombre que estaba agonizando,
dije tímidamente, me equivoqué de puerta,
            mis hijos lloran,
            mis perros ladran.
Ella tiene la radio a todo volumen cuando intento
            escribir,
cuando quiero dormir,
ella baila en el piso de arriba.

Hace años que mi único deseo es cruzarme con ella
            en la escalera,
y decirle a la cara: ¡me voy!
Y rociarla con nafta,
y apagar mi cigarro en su vestido rojo.

De su libro Sordomuda (1991)

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Sigo publicando poemas de otros. Me ha dado por ahí. Poco a poco voy creando una antología de poemas que me gustan. Este es el único criterio. No hay otro. Como si me estuviese despidiendo. Pero no, no hay intencionalidad. Rastreo en mi librería, en mi memoria, en internet. Hay algunos que por obvios descarto. Todos los que leemos poesía, todos los que en algún momento fuimos aguijoneados por eso bicho hermoso y escurridizo llamado poesía, pasamos, más tarde o más temprano, por esos apeaderos imprescindibles para poder seguir, una vez descansados, más sabios o más enceguecidos, la marcha. Estoy pensando en esos años de formación, que en poesía, como en cualquier disciplina importante, humana, se estiran y prolongan hasta que la mente se reseca, adquiriendo la forma de una esponja de mar lejos de su medio. Pero si bien es cierto que esos años llamados de formación se estiran hasta prácticamente solapar los años de vida meramente biológica, no es menos cierto que siempre existe una primera toma de contacto, ese sacudón inicial tras el cual, mientras nos rascamos la cabeza preguntándonos qué coño ha pasado, empezamos a vislumbrar un camino luminoso que intuimos crucial, ineluctable… Estoy perdiendo el hilo. De pronto he olvidado a qué conclusión quería llegar. Tal vez, me digo (una vez releído lo escrito hasta ahora), sólo buscaba un modo de justificar la ausencia de, cómo decirlo, grandes clásicos leídos en la etapa de formación primera comprendida principalmente entre los 12 y los 16 años, etapa circunscrita a un lugar llamado España –y es obvio que cada lugar tendrá sus propios hits poéticos incrustados en planes de estudios más o menos ineficientes. Pienso en las Coplas de Manrique, en el polvo enamorado de Quevedo, en el ay mísero de mí calderoniano, en el arpa (silenciosa y cubierta de polvo) becqueriana, en el tremebundo “Lo fatal” de Darío o en el patio sevillano que era la infancia de don Antonio. Algo en aquellos versos nos convenció para no darle la espalda a aquel mundo que titubeante, igual que una novia primeriza, se abría frente a nosotros. Y así llegamos a los Billy Collins, Alejandra Pizarnik, Tomas Tranströmer, Ben Clark, Charles Simic, Henri Cole, José Viñals, Manuel Vilas, Roque Dalton, Nicanor Parra, Jorge Boccanera, Vicent Andrés Estellés, Philip Larkin, Wisława Szymborska, José Watanabe, Joan Payeras, Jorge Teillier, Juan Luis Panero, Cesare Pavese, Idea Vilariño, Bartomue Rosselló Pòrcel, Juan Gelman, José Luis Piquero, Gladys González, Ernesto Frattarola, Lêdo Ivo, Josep Lluís Aguiló, Inma Luna, Juan Carlos Mestre, Anahí Maya, Joan Margarit, Robert Lowell, Pedro Andreu, Antonin Artaud, Amalia Bautista, Raúl Zurita, jorge m molinero, César Simón, la vecina de enfrente, etc. Y hago hincapié en este etcétera. Resulta inabarcable.