Recuerdo una tarde en que estuvimos escuchando éxitos del pop versionados por los Stereophonics. No recuerdo si llovía o lucía el sol en la calle, o si se trataba de uno de esos días ambiguos, que no terminan de decidirse, un día similar a aquello que nos unía. Hablábamos de música. Asegurabas que las buenas canciones son aquellas que soportan la desnudez, que despojadas de toda producción, que reducidas a guitarra y voz, o a voz y piano, siguen sonando bien, a veces incluso mejor. Ahora, tantas canciones después, se me ocurre pensar que nosotros nunca nos desnudamos. Tal vez porque intuíamos que nuestra canción precisaba de toda la producción, de todos los arreglos con que la envolvíamos. No es sencillo desnudarse. Me costó algunos años más atreverme a hacerlo. Fue en otra habitación, con otra compañía. Canté aquella canción a cappella, totalmente desafinado, y debes creerme si te digo que nunca soné mejor. Espero, eso sí, no sonar a libro de autoayuda, ni que pienses que prescindí por siempre de todo ajuste o adorno. Los sigo utilizando. Sería una locura tratar de vivir el día a día sin ciertas protecciones. Y tú, ¿llegaste a hacerlo? ¿Cantaste, al fin, tu canción desnuda? Lo sé: no es mi problema. A veces no me ubico. Sólo quería decirte que hoy volví a escuchar a los Stereophonics. España entera estaba ardiendo mientras afuera llovía y yo escuchaba la voz rota de Kelly Jones cantando la de Don’t let me down. No me falles, decías, ¿o era yo? Pero vivimos en el país de las decepciones.
ULTIMA HORA, 05/01/13