Hasta hace poco, durante
toda mi vida de lector, sólo había releído tres novelas: Pedro Páramo, de Juan Rulfo, El extranjero, de Albert Camus, y El hombre delgado, de Dashiel Hamett. Estas dos últimas relecturas las acometí
por error: en su momento olvidé (parece un chiste, pero no lo es) que ya había
leído estos libros. Una vez iniciada su lectura, y pese a darme cuenta del
error, decidí continuar… Estoy hablando de volver a leer una novela de
principio a fin, no de releer fragmentos o capítulos sueltos. Curiosamente, en
los últimos tiempos me ha dado por releer novelas. La cosa empezó a mediados
del año pasado. Las escogidas fueron El discurso vacío, de Mario Levrero, y Prisión perpetua, de Ricardio Piglia. Disfruté de ambas relecturas,
es más, diría que lo pasé mejor releyéndolas que leyéndolas por primera vez. ¿Me
estaré haciendo viejo? Antes de que acabara el año, volví a las andadas.
Reincidí con Levrero. Esta vez, me decanté por Dejen todo en mis manos. La experiencia volvió a ser gratificante.
En mi diario apunté lo siguiente: “¿Voy dejando atrás la pulsión acumulativa, tan
propia de la juventud (o la inmadurez)? ¿Me decanto paulatinamente por la
profundidad, por la demora?”. Me leo y me doy rabia. A veces me resulto
insoportablemente pedante. De todos modos, no puedo dejar de pensar: ¿Me
estaré haciendo viejo? Hace unos días se me atascó el proyecto en el que vengo
trabajando últimamente. Me enredaba en frases reincidentes, no lograba avanzar.
Necesitaba dejar de mirarme el ombligo, más acción, que las cosas sucedieran.
Entonces recordé uno de los consejos de Zadie Smith*. Cogí de mi
estantería un libro de Bolaño, Los
sinsabores del verdadero policía, y empecé a leerlo a ver si esas frases conseguían
sacarme del sopor en que había caído. ¿El resultado? Que devoré la novela de
principio a fin (y volvió a ser una experiencia gratificante) y que logré
desatascar mi proyecto… O sea, ya son siete las novelas que he releído en mi
vida. Estoy hablando de volver a leer una novela
de principio a fin, no de releer fragmentos o capítulos sueltos. ¿Me estaré
haciendo viejo?
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* "Algunos escritores son como los violinistas que
necesitan un silencio absoluto para afinar sus instrumentos. Otros quieren oír
a todos los miembros de la orquesta: cogen el tono a partir de un clarinete,
incluso de un oboe. Yo soy así. Tengo el escritorio lleno de novelas abiertas.
Leo frases para nadar en cierta sensibilidad, para tocar una nota concreta,
para fomentar el rigor cuando me pongo demasiado sentimental, para conferir
cierta relajación verbal cuando estoy sintácticamente tensa. Pienso en la
lectura como en una dieta equilibrada; si las frases resultan demasiado
barrocas, excesivas, comed menos de Foster Wallace, tan rico en grasas, por
ejemplo, y más de Kafka, tan rico en fibra. Si vuestra estética se ha vuelto
tan refinada que no os deja poner una sola mancha negra en el papel en blanco,
no os preocupéis tanto por lo que diría Nabokov; coged a Dostoievski, santo
patrón de la sustancia por encima del estilo". Zadie Smith, Cambiar de idea.