Recientemente me saqué el título de cazador de estampas urbanas. Convertir una afición en oficio es símbolo de inteligencia. Espero poder realizar en breve mi primera exposición individual. En los últimos días he conseguido una serie de estampas interesantes. Combinan, creo yo, la dosis justa de cotidianeidad y extrañeza, la fórmula mágica de la mejor poesía. La última es de ayer mismo. La protagoniza una mujer tan alta como ancha. La gabardina roja que lleva puesta realza lo cuadrangular de su forma. Su andar es lento, pingüinesco. Cruza el paso de peatones que queda frente a la sede central de Banca March, en la avenida Alexandre Rosselló. Lo llamativo de la situación es que lo hace cuando el semáforo para los peatones está en rojo. Yo me hallo en la isleta que queda en mitad de la avenida, esperando para cruzar. La indiferencia que la mujer muestra frente a los pitidos de los coches y los aspavientos de sus conductores me parece espectacular, como de alguien que ha logrado alcanzar un estrato superior de sabiduría. Soy consciente de que, de estar yo en uno de esos coches, probablemente increparía a la mujer, es más, es posible incluso que hiciera algún chiste de mal gusto sobre la forma de su cuerpo, pero en mi situación no puedo dejar de contemplar la escena con ojos de cazador de estampas urbanas. Hay belleza en esa indiferencia. De pronto siento que amo a esa mujer. Pero el cazador de estampas siempre debe mantenerse al margen. No intervenir. Su cometido es otro: dejar constancia.
ULTIMA HORA, 12/02/13