Con Instagram todos nos creemos grandes fotógrafos. |
—Vengo de tu cuarto. He visto lo que tienes sobre la
mesita de noche. ¿Tú también?
—Nunca he podido evitar sentirme atraído por las
modas. Es uno de mis muchos defectos.
—Pero podrías esforzarte más.
—Supongo que sí.
—En fin. ¿Ya acabaste el libro?
—No. Voy por la página 105.
—¿Y qué te está pareciendo?
—Como narración tiene muchas carencias. Como dirían
W. o el propio Lars: carece de pathos, algo de lo que no carecen sus amados
Bernhard, Bolaño o Vila-Matas. No es más que el intento de transformar las
ideas del autor en un artilugio más o menos narrativo, es decir, en un formato
que pueda venderse como novela y no como ensayo. Pero resulta demasiado obvio.
Por otro lado, este no disimulo forma parte del discurso del propio Lars Iyer.
Ahí reside su honestidad y el encanto que pueda tener. De todos modos, me resultó mucho más divertido e
interesante su manifiesto literario.
—Algo he escuchado, aunque ahora mismo no recuerdo el
título.
—“Desnudo en la bañera, asomado al abismo”. Está
disponible en internet.
—Ya lo buscaré.
—Con esto no quiero decir que esté de acuerdo con todo
lo que allí expone. Lo que quiero decir es que lo pasé bien leyéndolo, que me
gustó como puede gustarme un relato de ficción. Diría que ese texto funciona
mejor que la propia novela.
—No sé dónde leí que se trataba de una novela
tremendamente divertida.
—Bueno, sí, tiene su gracia. En este sentido, puede
decirse que es una novela apocalíptica alejada de cualquier novela apocalíptica
o post-apocalíptica de última generación, pero más actual que ninguna.
—Te informo de que estás hablando solo.
—También debo decir que a ratos el libro hizo que pensara
en Señor Sueño, de Robert Pinget,
aunque todavía no he indagado en los motivos. Imagino que tendrá que ver con el
tono, o con la casi ausencia de escenario.
—Empiezo a arrepentirme de haber preguntado.
—Una última reflexión antes de proseguir con la
lectura.
—Adelante. Pero no te enrolles.
—En ella se habla a menudo del fin del mundo. También
de Kafka y Max Brod. Bien. Debo decir que Kafka y Brod estaban más cerca del
fin del mundo de lo que lo estamos nosotros. En realidad, el mundo ya se fue a
la mierda y nosotros nos hallamos inmersos en los inicios de un nuevo mundo.
Quiero decir: ya no procede hablar del fin del mundo como algo que está a punto
de suceder o como algo que está sucediendo en estos momentos. Eso ya pasó. Lo
que tenía que derrumbarse ya se derrumbó. Lo que nosotros oímos es el eco de
aquel derrumbe, un eco que persiste en el tiempo.
—Como la luz de las estrellas muertas, ¿no?
—Tópico, pero sí. Algo así.
—En fin, que no te está gustando.
—No te creas. En realidad, sí me está gustando.