Es bueno tener siempre un libro de poemas en el baño. |
Durante muchos años me sentí
identificado con el poema “Los amorosos”, de Jaime Sabines. No paraba de
buscar, de huir, me repelía la conformación. Andaba como loco y al final de las
noches, irremisiblemente, me sentía solo, abandonado, deportado, tuviera o no un
cuerpo junto al que descansar. Creía que vivía al día, sin Dios ni Diablo, pero
jamás le di la espalda a esta forma de ser conservadora y europea, quiero
decir: con varios amortiguadores bajo mis pies. Hoy releo el poema y sonrío y
siento nostalgia y alegría y una pizca de tristeza y pienso en cómo se
transforma el amor, cómo a veces lo utilizamos de excusa, cómo nos duele y
eleva todavía hoy… Pero no, he decido no copiar este poema. Finalmente me he
decantado por “El peatón”:
Se dice, se rumorea, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen porta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
De Uno es el poeta. Antología