martes, 9 de abril de 2013

DIÁLOGO VI


 
Acumulamos libros pero no nos sepultarán los libros
que leímos sino los libros que no leímos y, sobre todo,
los libros que no escribimos por falta de talento
(llámalo tiempo, si prefieres, a eso que nos faltó).

—¡Eh, cuánto tiempo!
—Sí, desde mediados del mes pasado no hablábamos.
—¿Qué tal todo? ¿Qué has hecho estos días?
­—Leer, corregir poemas, ver tele…
—Sí, recuerdo que me dijiste que ibas a leer una novela de Le Clézio. ¿Lo hiciste?
—Sí, leí Onitsha.
—¿Y qué tal?
—Bien. Resultó una gran experiencia. Desde el primer párrafo ya tenía la sensación de estar leyendo un clásico, literatura de alta calidad, capaz de resistir el tiempo, el ir y venir de las modas. Me refiero a que dentro de cien años, aunque nadie recuerde lo que fue el proceso colonizador de África, el relato seguirá manteniendo su fuerza. O sea, que trasciende el tiempo en que está inserto para proyectarse hacia delante… Te digo esto porque, tal vez lo recuerdes, venía de leer Magma, que es todo lo contrario y, si no todo, sí al menos una propuesta bastante alejada de la de Le Clézio. En fin, sé que no tiene mucho sentido comparar ambas obras, pero sí es cierto que, mientras leía Onitsha, no podía dejar de pensar que la novela de Lars Iyer, después de cien años, iba a resultar incomprensible, no como la del francés…
—Bueno, tal vez Magma explique mejor el estado de cosas a principios del siglo veintiuno de lo que pueda hacerlo Onitsha con respecto del final del siglo pasado…
—Entiendo lo que quieres decir, pero pienso que esto que planteas es una cuestión al margen de la literatura, o al menos no central de la literatura.
—¿Estás seguro? Las grandes obras son consideradas grandes no sólo por la fuerza y universalidad del relato en sí, sino también por dejar constancia, de algún modo, del tiempo en que fueron escritas, del estado de la literatura en ese momento histórico…
­­—¿Desde cuándo te has vuelto un teórico?
—Tal vez desde que hablo contigo.
—En fin, lo resumiría diciendo que Onitsha habla de cuestiones universales, atemporales, que siempre han rondado el alma del individuo; en cambio, Magma trata de dar respuesta o, más bien, recrea una cuestión puntal que inquieta a determinados novelistas del momento y que probablemente sea una estupidez o moda…
—Repito: ¿Estás seguro?
—No, y borra esa sonrisita de capullo. ¿Acaso he estado yo seguro de algo alguna vez?