Si nunca has despertado en el apartamento de una mujer que conociste unas horas atrás, por ejemplo, en la inauguración de una espantosa galería de arte, o en el cumpleaños de un amigo que hace tiempo dejó de serlo; si ignoras lo que es estremecerse con la luz granulada, apocalíptica, del amanecer urbano, mientras te vistes deprisa en un salón con los restos de la tan socorrida última copa y con ropa tirada sobre el sofá repleto de cojines y pelos; si jamás avanzaste por un pasillo en penumbra hasta alcanzar la habitación donde ella duerme, desnuda y extranjera, casi inexplicable, una habitación que huele a sexo y a gato, para besarle el hombro antes de partir; si no dejaste que los sonidos del ascensor incendiaran tu pecho y se mezclaran con los de tu corazón de pronto rejuvenecido, vacío y disponible como no recordabas; si no saliste a la calle como quien estrena vida nueva y tiene prisa por ensuciarla, por echarla a perder cuanto antes; si no empezaste a caminar sin importarte la dirección, silbando una melodía cuya procedencia ignoras, buscando un bar abierto donde tomarte un café con leche mientras ojeas el Marca; si no sentiste que eras el primero o el último de algo, no sé, algo más allá de tu comprensión, que te obliga a gritar, a dar las gracias, que te quema los ojos, algo que tal vez sea la conciencia brutal de estar vivo por dentro, de tener todavía un alma que incendiar… Si nunca, si ignoras, si jamás, si no… Entonces, ¿a qué esperas?
ULTIMA HORA, 02/04/13