martes, 21 de mayo de 2013

Matar el tiempo

S.B.

Suelto una carcajada después de leer el sistema inventado por Molloy para comunicarse con su madre, ciega, sorda y medio enajenada. Lo hace mediante golpes en el cráneo. Uno significa sí, dos no, tres no sé, cuatro dinero y cinco adiós. ¿Se animarían las grandes editoriales a publicar hoy un libro como éste? Estoy hablando de Molloy, de Samuel Beckett, la novela con la que inició su escritura en francés, la que abre su famosa y nunca suficientemente ponderada trilogía. A Molloy seguirían Malone muere y El innombrable. ¿Tendría cabida un proyecto así en alguna de las grandes editoriales del momento? No lo sé, la verdad. Son tantas las cosas que ignoro. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que nos encaminamos hacia un lugar mucho más homogéneo, mucho más previsible. Siento llegar los tópicos, el callejón sin salida al que acaban conduciendo. La revolución tecnológica, la llamada globalización, etc.; todas estas palabras, todos estos conceptos tan burdamente manoseados. No es este el espacio. Aquí se espera que hable de duques e infantas, de presidentes y misses, de jueces y políticos, tal vez de futbolistas. Ojalá tuviese el talento para convertir todo este fabuloso absurdo en una gran novela. De momento, me conformo con escribir artículos como éste, medio absurdos. Y que usted siga ahí, meneando la cabeza y pensando que podría hacerlo mucho mejor. No lo dudo. Ahora me tengo que ir. El viejo Molloy me espera. Al final, todo son maneras de matar el tiempo. Yo ya escogí la mía, ¿y usted?*

Molloy habla:



"Me comunicaba con ella golpeándole el cráneo. Un golpe significaba sí, dos no, tres no sé, cuatro dinero, cinco adiós. Me había costado mucho adiestrar a este código su entendimiento arruinado y delirante, pero lo había conseguido. Claro que podía ser que ella confundiera sí, no, no sé y adiós, pero eso no tenía importancia, porque yo también los confundía. Ahora bien, lo que había que evitar a toda costa era que asociara los cuatro golpes con otra cosa que con el dinero. Así, pues, durante el periodo de adiestramiento, al mismo tiempo que le daba los cuatro golpes en el cráneo le pasaba un billete de banco ante la nariz o se lo embutía en la boca". 

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"Aquella mujer me hizo conocer el amor. Creo que respondía al apacible nombre de Ruth, pero no puedo certificarlo. A lo mejor se llamaba Edith. Tenía un agujero entre las piernas, no el agujero de tonel que siempre había imaginado, sino una hendidura, y yo introducía, mejor dicho, ella me introducía mi llamado miembro viril, no sin dificultad, y empujaba y jadeaba hasta eyacular o renunciar a ello o ser invitado a desistir. Una idiotez de juego, creo yo, y además fatigoso a la larga. Pero me prestaba a él de bastante buen talante, sabiendo que aquello era el amor, porque ella me lo había dicho. Se inclinaba por encima del diván, a causa de su reumatismo, y yo le daba por detrás. Era la única posición que podía soportar, a causa de su lumbago. A mí me parecía natural, porque se lo había visto hacer a los perros, y quedé sorprendido cuando me confió que podía hacerse de otro modo. Me pregunto qué quería decir exactamente. Quizá a fin de cuentas me introducía en su recto. Como ustedes podrán suponer, me daba exactamente igual. Pero, en el recto ¿puede hablarse de verdadero amor? Esto es lo que me inquieta. ¿Y si después de todo no hubiera conocido nunca el amor?".

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"De modo que me hubiera sido muy difícil afirmar, palpándome el culo, por ejemplo: Vaya, está mucho peor que ayer, no parece el mismo. Pido perdón por insistir acerca de este vergonzoso orificio, así lo quiere mi musa. Quizá debe verse en él no tanto la tara que he nombrado como un símbolo de las que callo, dignidad debida tal vez a su posición central y a sus apariencias de enlace entre la otra mierda y yo. Soy de la opinión de que se tiene un conocimiento defectuoso de este agujero, y preferimos despreciarlo. Pero, ¿y si fuese el pórtico del ser, y la célebre boca tan sólo la entrada de servicio? Casi nada puede entrar en él sin ser rechazado al instante o poco menos. Casi todo lo que proviene del exterior le repugna y tampoco parece sentir mucho aprecio por lo que viene del interior. ¿No son rasgos significativos? La historia lo juzgará". 



*ULTIMA HORA, 21/05/13