Una vez me dio por pensar que jamás volvería a escribir poesía. Confeccioné una especie de despedida y la dejé durmiendo en el ordenador. Ahora la rescato y la publico sabiendo que el tiempo de la poesía todavía no ha muerto para mí. “Un escritor de novelitas breves y defectuosas, esto es todo lo que quiero ser. Se acabó la poesía para mí. Tuvo su momento, pero ya es historia. Como aquel traje marrón claro con que fui a recoger el premio Hiperión, hace ya varios siglos. Como la vida de eremita enamorado y medio loco que una vez me propuse vivir. Novelitas en las que algo falla, que –como un tupper deformado por el uso– no terminan de cerrar bien. Novelitas que destiñen, que no conocerán promoción ni grandes almacenes. Novelitas que se irán publicando en editoriales que subsisten gracias a la dudosa fe de amigos y familiares, sin prestigio ni buena distribución. Eso es todo. Se acabó la poesía para mí. No diré que tuve el don, tampoco que lo perdí. Cada día un poeta deja de serlo. Cada día se escribe un último poema. Mi último poema es una cagada reseca en el parabrisas de un coche abandonado. Se acabó todo aquello, es historia. Estuvo bien. Hubo aplausos, abucheos, más preguntas que respuestas. Ahora cae el telón. No hay público en las gradas. En realidad, ni siquiera hay gradas. Estoy a solas con mi pequeño proyecto. Lo acaricio en el lomo mientras tecleo este adiós. Un escritor de novelitas breves y defectuosas… Si le echas imaginación, es posible que encuentres destinos más irrisorios”.
ULTIMA HORA, 25/06/13