[Cada cierto tiempo vuelvo a Juan Luis Panero. Hay autores con los que nunca se deja de estar en deuda. Todos tenemos nuestro Olimpo literario, ese cúmulo de títulos y autores que fueron importantes en nuestra formación como escritores y no solo como escritores. Que lo siguen siendo. De una relación meramente literaria se pasa a otra más íntima todavía, parecida a la amistad: los defenderás incluso de críticas justificadas, aunque la caguen a lo grande. Ya forman parte de la familia y, por tal motivo, el código penal te ampara. Para que esto ocurra, sin embargo, suele ser imprescindible no conocerlos personalmente (hace tiempo Monterroso lo advirtió). JLP es uno de ellos, uno de mis vicios. Que no todo va a ser sexo, fútbol y gastronomía]
A LA MAÑANA SIGUIENTE CESARE PAVESE NO PIDIÓ EL DESAYUNO
Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
Los trucos de la muerte (1975)