Aburrimiento y prestigio
Hay poetas de gran prestigio que me aburren
soberanamente. Lo mismo podría decir de los ejecutores de cualquier otra
disciplina artística, pero este martes amanecí poético, qué le vamos a hacer.
Por supuesto, no me estoy refiriendo a prestigio en Facebook o Twitter, que al
fin y al cabo es humo. Me refiero a un prestigio de academia y antología, de
catedráticos, críticos y premios nacionales. Sí, ya sé que este tipo de
prestigio también es humo (¿qué prestigio no lo es?), pero convengamos que se
trata de un humo mucho más denso. Hasta no hace tanto, este hecho (el que
poetas prestigiosos me aburrieran soberanamente) me hacía sentir incómodo, a
veces incluso culpable. Estaba claro que algo se me escapaba. Digamos que
asumía que se trataba de un problema, de una carencia por mi parte. Como digo,
esto era antes. A estas alturas de mi vida (algo así como el ecuador), entiendo
que se trata de divergencias en la sensibilidad, es decir, cuestión de gusto o
inclinaciones, y que está bien que así sea. No hay conflicto en esto.
¿Enfadarme porque alguien considera que Jorge Teillier es aburrido? ¿Discutir
porque alguien prefiere al Panero loco antes que a Juan Luis? ¿Indignarme
porque alguien sentencia que lo que escribió Fonollosa no es auténtica poesía?
No. Para qué. Es malgastar energía y tiempo. Por lo demás, todavía no he
conocido a nadie que haya cambiado de opinión respecto de sus gustos o
inclinaciones porque otro le haya dicho (de manera argumentada) que no las
comparte o que está equivocado.
ULTIMA HORA, 11/02/ 2014
21 de diciembre
Todavía recuerdo aquel 21 de diciembre de
1983. Vivíamos en Santa Ponça, en una zona de segundas residencias. Nosotros
residíamos todo el año, de ahí que en determinadas fechas reináramos sin
oposición. Yo era el rey del pinar de enfrente de casa, ahora arrasado por
apartamentos y chalets. El escaso alumbrado hacía que las noches fueran más
noches. Aquella de hace más de 30 años no era una noche cualquiera. España
debía ganarle a Malta por 11 goles de diferencia. Nunca antes había visto un
partido de fútbol de principio a fin con verdadero interés, ni siquiera los del
Mundial del año anterior. Tongo o no, el milagro se produjo y me recuerdo
saltando de alegría en el salón de casa. Pasó el tiempo, dejamos Santa Ponça
para instalarnos en Palma, entré en la adolescencia. En mi imaginario, aquel 21
de diciembre siempre supuso un punto de inflexión. España había dado el paso
decisivo para acercarse a Europa. Ya no teníamos que rivalizar con Malta o
Irlanda, ya podíamos codearnos con las todopoderosas Inglaterra, Alemania y
Francia. Y así fue durante un tiempo, pero la nostalgia mal digerida es
peligrosa y ahora queremos volver a aquellos lodazales del espíritu. Ya lo
decían: mitad monjes, mitad soldados. Y en esas estamos al parecer. Ahora se
nos vuelve a comparar con Malta e Irlanda. Andamos a la cabeza del nuevo
movimiento regenerador, dicen las facciones más alborotadas. Por supuesto, ya
no estamos hablando de fútbol, ni si quiera de economía. Por supuesto, este
artículo peca de nostalgia.
ULTIMA HORA, 18/02/ 2014