jueves, 31 de julio de 2014
He iniciado la lectura de la novela Lago de Como, de Srdjan Valjarevic,
editada por Sloper. Me está gustando. ¿De qué va? De nada en concreto. Un
escritor serbio que malvive en Belgrado, con querencia por la bebida y la
holgazanería, es invitado a pasar un mes en Bellagio, junto al lago de Como.
Una beca Rockefeller ha obrado el milagro. Como contraprestación, el escritor
debe escribir una novela. Por supuesto, no tiene ninguna intención de escribir
una novela ni nada que se le parezca. Lo único que le apetece es levantarse
pasadas las diez, pasear por los bosques que rodean el lago, charlar con los
diferentes becados que se hospedan en las villas de la Fundación, deleitarse
con la comida y bebida que le ofrecen, ver morir el día y acercarse al pueblo
para comunicarse mediante dibujos y gestos con Alda, camarera italiana del Spiritual,
uno de los pocos bares de la tranquila Bellagio, mientras vacía, copa a copa,
una botella de vino… Nada más necesita un buen autor para tenerme
enganchando. El único libro que el protagonista metió en su maleta, hecha con
precipitación, fue uno de Robert Walser y, sí, algo hay de walseriano en esta
novela sobre la contemplación y el vagabundeo. Leerla me pone de buen humor y
me inspira. Mucho más no se puede pedir.
viernes, 01 de agosto de 2014
Acompaño la lectura de Lago de Como con la lectura de El paseo, de Robert Walser. Años atrás
hubiese sido impensable simultanear lecturas. La idea se me ocurrió mientras
paseaba y me imaginaba en un pueblito de los Alpes, sin más obligación que la
de escribir un libro de poemas. El arranque del cuento del autor suizo es toda
una invitación a pasear de su mano. Tanto Valjarevic como Walser espolean al
caminante que hay en mí. Recuerdo aquel librito de Henry David Thoreau, Caminar, quieto y dormido en alguno de
los anaqueles de casa. He aquí otra apología del paseo. El estadounidense espolea
a sus lectores al decirnos que “tal vez tuviéramos que prolongar el más breve
de los paseos, con imperecedero espíritu de aventura, para no volver nunca,
dispuestos a que sólo regresasen a nuestros afligidos reinos, como reliquias,
nuestros corazones embalsamados”. Nosotros, los sedentarios, los que tenemos
familia y deudas, sólo podemos permitirnos los paseos de media tarde, sobre
todo en periodo vacacional, y los paseos-aventura que suponen los buenos libros
en que nos adentramos… Aunque mi vagabundeo predilecto es aquel consistente en
escribir frases al dictado de esa música interior, indisciplinada e
imprevisible, sin tener muy claro a dónde han de llevarme, feliz de estar en
marcha, despreocupado por el destino incierto… Prolongar el tiempo dedicado a
ellas, mis frases, con imperecedero espíritu de aventura, para sólo volver
cuando sintiese los ojos y los dedos y el cerebro agotados… ¿Me concederá este
sueño, señor Rockefeller?
lunes, 04 de agosto de 2014
Anoche finalicé la lectura de Lago de Como en la terraza de casa,
aprovechando la última luz diurna, mientras Constanza le daba el biberón a
Sofía. Uno de los muchos aciertos de esta novela: pese a que el protagonista es
un escritor y pese que ha sido becado para escribir una novela, en las páginas
de Lago de Como apenas hay
referencias literarias. Aparte de la ya mencionada el jueves pasado (la
inclusión en la maleta del protagonista de un libro de Walser), sólo
encontramos dos más. Al ser preguntado por sus autores de referencia, el
escritor serbio (ante la insistencia de su interlocutora y para poder sacársela
de encima) da los nombres de Robert Walser, Thomas Bernhard, Walter Benjamin, Robert
Musil y Milos Crnjanski. Más adelante, el escritor becado lee, en una revista,
la transcripción de un interrogatorio al que fue sometido Brodsky en la extinta
Unión Soviética. Esta mañana, mientras saboreaba el insobornable café con leche
de todos los días, he vuelto a leer, en el prólogo a la antología en castellano
del poeta ruso titulada No vendrá el
diluvio tras nosotros, la famosa respuesta de Brodsky a la pregunta: “¿Y
quién le ha nombrado a usted poeta?”. Transcribo, para terminar, la parte final
del interrogatorio:
EL JUEZ: ¿Cuál es su especialidad?
BRODSKY: Soy poeta. Poeta y traductor.
EL JUEZ: ¿Quién le ha nombrado a usted poeta? ¿Quién le ha puesto en el rango de poeta?
BRODSKY: Nadie. ¿Quién me ha puesto en el rango de hombre?
EL JUEZ: ¿Ha estudiado para serlo?
BRODSKY: ¿Para ser qué?
EL JUEZ: Para ser poeta. Nunca ha intentado acabar la universidad donde el hombre se prepara… donde se estudia eso…
BRODSKY: No pensaba que fuese una cuestión de estudios.
EL JUEZ: ¿Cómo?
BRODSKY: Creía que… Pues creía que eso viene de Dios…