lunes, 16 de noviembre de 2015

Salman Rushdie: tres fragmentos de 'Dos años, ocho meses y veintiocho noches'


"Dos años, ocho meses y veintiocho noches" (Seix Barral, 2015)
 

Ando leyendo la última novela de Salman Rushdie, Dos años, ocho meses y veintiocho noches, y me ha apetecido compartir estos tres fragmentos. Creo que sobran comentarios.
 

Las montañas habían empezado a hundirse, las nieves a fundirse y el nivel de los océanos a descender (…) Los embalses de agua se convertían en orina y un tirano con cara de bebé (…) ordenó que todos los súbditos tuvieran el mismo peinado ridículo que él. Los seres humanos no sabían cómo reaccionar a la irrupción de lo paranormal en sus vidas, pensó Dunia; la mayoría se limitaba a venirse abajo, o bien se hacía el peinado del tirano con cara de bebé y lloraba de amor por él, o bien, víctimas del hechizo de Zumurrud, se postraban ante dioses falsos que les pedían que asesinaran a los seguidores de otros dioses falsos, y esto último también estaba pasando, los seguidores de Estos dioses destruían las estatuas de Aquellos dioses, los devotos de Aquellos dioses castraban, dilapidaban, colgaban y cortaban por la mitad a los devotos de Estos dioses. La cordura humana era algo endeble y frágil en el mejor de los casos, pensó ella. Odio, estupidez, devoción y codicia: los cuatro jinetes del nuevo apocalipsis. Aun así, ella amaba a aquellos desgraciados y quería salvarlos de los yinn oscuros que alimentaban, regaban y hacían manifiesta su oscuridad interior. Amar a un ser humano era amarlos a todos. Amar a dos era quedar enganchada para siempre, atrapada sin esperanza en las redes del amor.
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Hoy en día vemos estos acontecimientos desde la perspectiva de algo que nos ha costado mucho aprender, que es que la práctica de la violencia extrema, conocida habitualmente con el término demasiado amplio y a menudo inexacto terrorismo, siempre resultó especialmente atractivo para los individuos masculinos que eran o bien vírgenes o bien incapaces de encontrar para sexual. Esa frustración desquiciante, y el daño al ego masculino que la acompañaba, encontraba su salida en forma de cólera y ataques. Cuando a los hombres jóvenes solitarios y desesperados se les suministraban parejas sexuales que les daban amor, o al menos deseo, o como mínimo buena disposición, perdían todo interés por los cinturones bomba, el suicidio y las vírgenes del paraíso y preferían seguir con vida.
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El enemigo es estúpido, contestó él. Hay sitio para la esperanza. Los tiranos carecen de originalidad y no aprenden nada del legado de sus predecesores. Se mostrarán brutales y asfixiarán y engendrarán odio y destruirán lo que los hombres aman, y al final será eso lo que los derrote. En última instancia, todas las batallas importantes son conflictos entre el odio y el amor, y tenemos que aferrarnos a la idea de que el amor es más fuerte que el odio.
      Pues no sé si voy a ser capaz, porque ahora mismo estoy llena de odio. Miro el mundo de los yinn y veo en él a mi padre muerto, sí, pero también veo su superficialidad: su obsesión por las baratijas relucientes, su amoralidad, su desprecio generalizado hacia los seres humanos, que debo llamar por su nombre verdadero: racismo. Veo la malicia narcisista de los ifrits y sé que también hay un poco de todo eso en mí, siempre hay algo de oscuridad junto a la luz. Ahora mismo no veo ninguna luz entre los yinn oscuros, pero siento la oscuridad de mi interior. Es el lugar del que viene el odio. Así pues, me cuestiono a mí misma y cuestiono mi mundo, pero también sé que no es hora de ponerse a debatir. Es la guerra. Y en tiempos de guerra no hay que hacer preguntas, sino ponerse manos a la obra. De forma que debemos terminar también nuestras discusiones y ponernos a hacer lo que hay que hacer.